Diario de León

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Sin necesidad esta vez de apelar a la aplicación del Código Penal, ni sintonizar el espectáculo televisivo en prime time de la intervención de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil, siempre tan agradecida para que parezca un accidente, el PP de León acaba de completar una reorganización interna quirúrgica digna de estudio. Hay que reconocer su madurez. En apenas 48 horas, los populares leoneses cambiaron un presidente citado para celebrar San Valentín en los juzgados de Sáenz de Miera, previo paseo del perito judicial por los armarios de la sede de Génova para airear los secretos de las afiliaciones y aportaciones económicas al aparato nacional, por una lideresa lista para gobernar en nombre del rey Alfonso Fernández Mañueco, como hacían los Austrias. Por aclamación. Ni gestoras, ni congresos, ni votaciones en primarias, ni mascaradas populistas de esas que se inventaron cuando las formaciones de toda la vida tuvieron que encontrar una coartada para legitimarse dentro del nuevo régimen. En el fondo, nada que mejorara la antigua organización en la que los afiliados tenían como función pasar la lengua cada cuatro años para ensobrar las papeletas de los votos en los periodos electorales, como mucho dos veces cada cuatro años y sin necesidad de pagar la cuota, para luego sentarse a esperar que colocaran al guaje en el servicio de limpieza, en la mancomunidad o en cualquier sitio donde no molestara mucho pero tuviera nómina. Qué tiempos aquellos en los que la política creaba empleo.

Ahora, la restauración del PP lanza una época en la que los jóvenes que aprendieron a hacer política a la sombra de Isabel Carrasco se aprestan a reeditar la parábola de los talentos. En esa puja, Ester Muñoz, que se fue a Madrid y luego hizo escala en Valladolid, como ejercicio para saber de primera mano lo que tienen que pasar los jóvenes de León, se mira en el espejo de quien fuera uno de sus referentes para acaparar el mando, con la tutela de Mañueco como aval. Fuera queda ya Javier Santiago Vélez, a quien los aparatos autonómico y nacional del partido obligaron a dimitir sin vestirlo, más allá de la coartada tonta de la necesidad de dedicarse a unas labores en el Senado donde apenas se le ha visto salvo que hubiera foto. Su porfía para convencer a quien le escuche de que a cambio se aupará como presidente de la Diputación resulta ridícula. El poder reside en el partido. La presidenta del PP ha vuelto.

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