Diario de León

Alfonso García

Colonias De Reyes

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Hubo un tiempo en que las escasas colonias masculinas no parecían estar bien vistas u olidas, acaso por ser consideradas una pequeña debilidad por los más fuertes —sustituya cada cual la palabra como crea— en aquella España de blanco y negro en la que, en todo caso, olía a Floïd y Varón Dandy. Poco más daba de sí para los hispanos comunes de la época, aunque cierto es que los olores se fueron fortaleciendo lentamente y la elección, se decía, proporcionaba un punto de personalidad. Acaso los olores sean una forma de provocar la memoria o los modelos que nos trazamos. Quién lo sabe, en este jeroglífico que nos atenaza en un bombardeo uniformemente acelerado de sensaciones.

De la escasez se puede pasar a la hartura. Como en los vinos, son muchos los que prestan nombre, voz y marca hoy a las colonias, llegadas desde las fragancias de orígenes tan dispares, que casi cada cual puede oler a lo que quiera, desde el tabaco más refinado hasta la frambuesa apetitosa, con infinidad de escalas y desviaciones. “Huele a lo que quieras y tendrás ganado parte de un reino”, aunque no se conozca ni su ubicación ni las reglas del juego al que han de someterse para su pertenencia. Tan efímera aspiración parece deducirse de los anuncios que acentúan su presencia en la pequeña pantalla durante las largas navidades de lucecitas y consumos, con detenimiento en los reyes, magos del barro de sueños impuestos. Anuncios publicitarios hasta la extenuación. Solemnes, caros, estrambóticos, lujosos, almibarados…

El asunto, creo, o el quid del asunto está en el desarrollo argumental, para entendernos, en el relato de los espacios publicitarios coloniales. Parece que también los olores provocan, trenzan un cierto exhibicionismo femenino, con algunos toques cercanos al erotismo —no diocesano precisamente—, como si fuesen la razón última y poderosa de la atracción, en esa filosofía que en un tiempo identificó a las personas como objetos. Uno siente, en este caso, cierto pudor, por su carga de desconsideración, por lo innecesario en el contexto que reclama el consumo. No se trata de estrecheces. Ni mucho menos. Nada más lejos. Precisamente de esa dignidad tan reclamada, no sé si tan aplaudida de hecho. Hay aplausos de salón. Sería desalentador que también aquí los dineros primen sobre las convicciones.

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