Diario de León

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Suena Nat King Cole delante de una iglesia de Biarritz. Es un día de luto porque entierran a una maestra asesinada por un estudiante de 16 años. Es una tarde de duelo, un momento de angustia y de miedo. Pero suena Nat King Cole, se le oye cantar en francés por la megafonía de la plaza una versión de su canción Love, una canción de amor. Y el viudo de la maestra asesinada, el hombre de negro, el marido que se ha quedado solo, comienza a bailar delante del féretro.

Tiene swing. Se nota que la música le lleva, que se le ha metido en la cabeza y le ha barrido los pensamientos oscuros. Y parece que abrace ese hombre solitario a una figura invisible, a una sombra que se mueve con él al ritmo de la canción de Nat King Cole. Una canción de amor.

Entonces sucede el milagro. Delante de la iglesia de Biarritz y del coche de la funeraria, los amigos de la mujer asesinada, de la maestra que ya no volverá al colegio, de la esposa que no bailará más con su marido, se dejan llevar también por la voz del cantante de jazz de Alabama y siguiendo el ejemplo del viudo convierten el funeral en una fiesta de despedida, en un instante de alegría en medio de la desolación.

Pocas cosas más emocionantes he visto estos días que el video viral del marido de Agnès Lassalle y sus amigos. Eso sí es bailar en la oscuridad y encontrar un resquicio para que se cuele la luz.

El hombre que baila solo se llama Stéphane Voirin. Y el baile que le ha dedicado a su esposa muerta, de estilo lindy hop , es una hermosa despedida.

Imagino cuántas tardes, cuántas noches habrán bailado juntos.

Pero un adolescente de 16 años ha acuchillado a Agnès en su colegio de San Juan de Luz y toda Francia está conmocionada. Nadie entiende nada.

Hasta que colocan el féretro en la plaza junto a una fotografía. Hasta que suena la megafonía a los pies de la iglesia y se oye a Nat King Cole. Suena Love en francés. Una canción de amor.

Y todo el terror, toda la estupefacción que ha causado un crimen tan extraño y tan difícil de asimilar, se desvanece por unos segundos mientras Stéphane Voirin, bailarín solitario, comienza a moverse sobre los adoquines de la plaza de Biarritz como si todavía sostuviera en los brazos a su pareja de baile.

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