Diario de León

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Hace ya un puñado de años, la curiosidad de mi hija me arrastró hasta la plaza Mayor de León para ver la llegada del desfile de las carnavaladas de los pueblos. Es un tema que no me apasiona, y al que cogí un poco de manía en aquella jornada al tener que soportar a un ciudadano pertrechado tras un micro dando presuntas lecciones de antropología. Parece que estaba muy embebido de sí mismo, cuando proclamaba a los cuatro vientos una especie de soflama leonesista, asegurando que eso que se veía en el desfile no lo había en ningún sitio de España y sería la envidia, por ejemplo, de un sevillano —cita textual—, si tuviese la ocasión de contemplarlo. Temo que no tenía siquiera una mínima noción del insigne estudio de El carnaval de Julio Caro Baroja, que recorre los cientos y cientos de rastros que se conservaban por todos los rincones de la Península Ibérica. Precisamente en contraste con León, donde la mayoría, salvo muy contadas excepciones, son cosas recuperadas cuando no reinventadas no hace tantos años.

Me vino a la memoria el discurso localista de aquella ocasión, durante el viaje este fin de semana a una ciudad de interior. Incluso la visita a algún monumento, donde me pareció un poco cargante esa obsesión por destacar lo autóctono, lo diferente, pero en un plano bastante retorcido para demostrar que todo lo importante en la historia de la humanidad ocurrió en ese lugar. Tiene la cosa bastantes bemoles, que la carga que me atrevería a calificar de casinacionalismo surgiese en un lugar que es propiedad de Patrimonio del Estado español.

Lo visto me hizo plantearme hasta qué punto no estamos navegando por unas aguas turbias y quizás demasiado bravas, que empujan a la sociedad hacia una especie de balcanización, al menos cultural. Ni León, ni mucho menos El Bierzo, viven ajenos a esas obsesiones por la ‘chufla’ y el tamboril, que sirven para dar una vuelta más a la rosca de la boina, a costa de arañar un puñado de votos, y sembrar odios y recelos futuros hacia el que está al otro lado de la sebe.

Eso no quiere decir que no haya que conservar lo autóctono. Que reclamar sin descanso lo que se merece cada territorio. Que ser reivindicativos. Pero lo complicado es hacerlo de modo racional y dejándose en paz el ombligo...

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