Diario de León

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Es la hora suprema. No hay antes ni después. Hoy el tiempo se detiene ante lo que fue siempre la casa de la gota de leche. León mama de su esencia propia. Es Viernes Santo: Santo viernes. Dichosos los llamados. El Señor Nazareno, la Madre Dolorosa y San Juan. Otra vez juntos. Escoltados por la guardia pretoriana de los diez pasos restantes. Como era en un principio. Todos mecidos al unísono por la marea negra y morada.

El Encuentro que acaba con los desencuentros hace cumbre en la semana de diez días que inventó Revenga y celebra el Viejo Reino al unísono. En sus manos encomienda la Legio VII su espíritu.

A la caída de la tarde, el luto se escribe con solo Siete Palabras. Hay un romano nuevo en la tricolor. Bienvenido a la vida. El Santo Entierro es solo eso, el comienzo de la vida y de Minerva. Que no el fin de la semana.

Porque el Sábado se apellida Santo y se llama andana,, que no quiere acabar la celebración. Porque el acto del desenclavo baja del madero al Señor en medio de San Isidoro y con la calor por testigo.

Después La Soledad se vuelve multitudinaria a la vera de la Catedral y el Sepulcro encuentra el Camino de la Luz. Solo con un instante para que el Vía Lucis Piadoso del Sacramentado se meta con permiso en el Domingo de los Gozos. Pero ese capítulo está por escribir. No marques las horas, reloj. Porque voy a enloquecer.

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