Diario de León

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Hay en esta ciudad dos «gato por bronce» que os vendieron por liebres doradas si las rebrilláis sobándoles el pellejo y vuestro ombligo. Ni ese Gaudí es Gaudí, ni el Alfonso IX que plantásteis en Santo Martino nació para tal. Los dos fueron paridos en otros lugares con otro nombre y otro fin, son inmigrantes, pero aquí reverenciáis su impostura y os valen para fotos y orgullos. Con estas entró Peláez en el corrillo reclamando atención para un tema con que se repite y abruma. Y eso os pasa, siguió, porque en las últimas décadas la fiebre del bronce se hizo epidemia con sus estragos en cada lugar emperrado en metalizar su historia, chapar memorias o exaltar atributos, es decir, en toda ciudad, añadiéndose cada pueblo con pretensiones o una rotonda que valga. Ponga un bronce en su plaza. Vale un rey, un caballo de bastos, un ilustre, una alegoría triunfal o la chuminada cúbica del ocurrente artista local, si es que no le pisó el momio otro artista lejano amigo de concejal cercano. Bronce al canto y al cuento.

Los argumentos que esgrime son: que el supuesto Alfonso IX es de un escultor de Badajoz, Estanislao García, que lo ideó para otro rey a instalar en esa localidad donde lo desecharon por alguna seria razón aquí desconocida, aunque sobran motivos (es aberración historicista de romanticismo gagá, peliculera, muy de cómic), sin que os valga aquí su actitud belicista de lanza en ristre con gallardete (no estandarte como dicen), espadón al cinto y escudo, actitud guerrera nada indicada para convocar una curia real donde se inventó un parlamentarismo de diez minutos con el único objetivo de que las ciudades palmaran pasta para sus guerras... y que el tal Gaudí de la plaza de Botines se ideó y nació como escultura de Leopoldo Alas «Clarín» para la ciudad de Oviedo donde se desechó por sobrarles ya otro bronce de «La regenta», así que con sólo cambiar las letras del libro que escribía por un esbozo de dibujo alzado (a falta de planos, que serían aquí lo propio), la magia lo convirtió en Gaudí y como tal os lo emplumaron. Y tan ancho se quedó Peláez.

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