Diario de León

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Por aquello de aliviar los resultados de la revisión médica de empresa, que incluye análisis anuales, uno se afana en hacer algo de ejercicio. Por salud, y por la rabia que da cuando se supera al coche en el número de averías detectadas en la ITV. Dimensionando las cosas, parece apropiado para las condiciones de uno, la práctica del pádel. Hace pocos días, con unos compañeros de juego, comentábamos la relevancia que tiene la honradez en la pista. En las partidas de aficionados no hay, obviamente, un árbitro que decida si la bola es buena o mala. Y, como consecuencia, son innumerables los vídeos que circulan por las redes con escenas en las que se decide a voces si ‘entró’ o ‘no entró’, al más puro estilo McEnroe, o incluso buscando un segundo uso para la pala como atizador...

En el pádel, como cuando se raya un coche en la cochera o en una calle estrecha, muchas veces el único que se da cuenta de lo ocurrido es el autor del incidente. Y toca ser honrado y decir la verdad. Aunque eso choca con la forma de ser de muchos, privados de la capacidad de asumir el error, o más directamente, de ser sinceros.

Me enteré de la convocatoria de las elecciones generales al salir de una partida de pádel. Y me entró rabia. Por la sensación de sentir que el mismo de siempre volvía a intentar hacer trampas. Cueste lo que cueste. Ese trilerismo político que guía un Manual de resistencia sobre el que lo único que cabe comentar es que fue, de algún modo, el segundo capítulo de una tesis doctoral también fraudulenta. A partir de ahí, se entiende todo. Ni una sola bola errada, y mira que la ha mangado con unas cuantas...

Nunca me gustaron ese tipo de personas mesiánicas, que se creen capaces de engañar a todos y en todo. Que se enredan en sus propias mentiras haciendo gala de una soberbia máxima, que les hace impunes a la hipotética inteligencia que podría llegar a tener quien les escucha, y que se da cuenta de que hacen soberanamente el ridículo. Pero, es la partida que parece que nos toca jugar desde hace ya demasiado tiempo. Esa, guiada por seres que se creen privilegiados, dotados de una capacidad innata para tener la razón y para poner en marcha cualquier tipo de acción —pase lo que pase— con lo de que el fin justifica los medios como ley de vida. Avanzan siempre adelante... Sí o sí. Con sus bolas...

Y Dios nos libre del tonto que viene detrás con su ‘entró fijo, lo vi bien’...

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