Diario de León

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En un país tan cainita y arribista como éste la política vive su mayor efervescencia. Aunque el común estemos más pendientes de si llega de una vez por todas el buen tiempo, a los profesionales del sector les toca jugarse el todo por el todo. Hace años, en unas elecciones autonómicas del País Vasco, con un cambio de gobierno en juego, se facilitó el dato de que sobre la mesa había unos 15.000 puestos que se acabarían moviendo. A primera vista parecía imposible, pero al leer la letra pequeña y seguir el efecto dominó hasta la parte más baja de las administraciones, empresas públicas, consorcios y demás chiringuitos, el asunto ganaba bastante credibilidad.

Y tras el 28-M, y mirando al 26-J, lo cierto es que las cosas pintan con perfiles muy diversos. Los partidos políticos consolidados están acostumbrados a ese efecto acordeón, no como los globos que se nos van pinchando (Upyd, Cs, Podemos, Vox...). El crece-encoge se hace evidente en las candidaturas. Lo de puestos de salida o no es lenguaje común entre quienes se la juegan de verdad. En el PSOE hay que apretar las filas. A nivel nacional están en plena pugna para colocar ministros y todo tipo de personajes a los que toca plegar velas. Un caso paradigmático fue el vivido hace poco más de un año aquí, en la provincia. El mandamás podemita, tan proclive al discurso leonesista, hizo cálculos y le salió la cuenta para mudarse de Vallecas al chalé de Galapagar. O para ser más exactos, de la lista de León a la del otrora territorio imperialista de Valladolid, donde agarró el sillón para otros cuatro años. Salvo que a Fernández Mañueco le dé por castigar con un susto a los que ahora están aposentados en las Cortes autonómicas.

Por contra, en el PP vuelven las vacas gordas. Las antiguas llamadas o visitas a las sedes con palmadita en el hombro —a las que ha sucedido ahora la cansina retahíla de whasapp— incluyen recordatorios sobre ‘qué hay de lo mío’ hasta en cuarto grado de consanguinidad.

Recuerdo cuando hace años, para ganar unas pesetas extra, colaboré en algún partido, hoy desaparecido, en campañas electorales. Los había que literalmente iban a la sede a pedir las papeletas. Al marchar se oía a un veterano que decía: «ya sabemos uno que no nos va a votar».

Por todo ello, al escuchar los cantos de sirena y tanta murga con vihuela, no es malo mirar el acordeón. Como dicen en el fútbol: ya tocará cambio de ciclo.

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