Diario de León

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Alo largo de la vida profesional te tratas con muchas personas; entran en tu vida y salen de ella, lo mismo tú en las suyas. Puertas giratorias, podemos decir. No se trata de olvido, sino de racionamiento emocional. Todos vivimos con prisas. Pero algunas se quedan en tu corazón, y el sacerdote Máximo Gómez Rascón es una de estas. ¿Cuántos hace que nos conocemos, querido amigo? Nos hemos visto muy poco en estos últimos años pero nunca has salido de esa pequeña gran capilla que es nuestra amistad. Ahora, leo que además de director del museo catedralicio y diocesano, historiador del arte y técnico en patrimonio eres un poeta secreto. No me sorprende, debo admitirlo. El ritmo sagrado todo lo impregna y somos producto de la inspiración de Dios. Por cierto, lector, los Evangelios no son literatura —ni ensayo— sino verdad poética. En fin, no me sorprende que Gómez Rascón haya escrito versos, en su juventud o ya no tan joven. Ahora, a sus 82 años, publica Sillares de cristal (Mariposa ediciones). En cierta medida íntima, leerle es leerme. Cuántas veces recorrí con él los tejados de la Pulchra, y ahora subirme a una escalera casera es ya alpinismo. La publicación sigue a esa maravilla suya que es El trascoro de la Catedral (Edilesa). Y sí, cómo no acordarnos de nuestro común amigo García Zurdo. Apunten la fecha de presentación del libro: 13 de junio, en el Instituto Leonés de Cultura. En capilla, que se dice.

Este que voy a contar —a volver a hacerlo— es uno de mis recuerdos preferidos con Máximo, y quizá él lo haya olvidado. Llegué a su despacho y estaba con José Velicia, comisario de Las Edades del Hombre. Ambos desternillados, como dos niños. Acababan de despedir a un comité ciudadano que le había consultado sobre si los pechos de una Magdalena les parecían excesivos. Cómo se reía Velicia al recordar la respuesta de su amigo: «Los pechos tienen su justa medida, pero vosotros no deberíais ver tanto Tele Cinco». El humor también puede ser poesía, y hasta bendición.

Llevábamos años sin tomarnos un café, hasta el otro día. Fue un «decíamos ayer». La verdadera amistad no envejece. Me elogió la labor de Ángel Fierro y de Antonio Manilla, impulsores del libro. En efecto, en capilla.

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