Diario de León

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En pleno siglo XXI aún nos encontramos de vez en cuando con una foto de algún país exótico en el que todos tienen que permanecer en el suelo para no estar por encima del monarca. Cuestión de imagen. Quizá sea más grave la acumulación de dictaduras que aún perviven en incontables lugares, donde ese ‘criterio’ se aplica de un modo más eficaz. Con sangre y lágrimas.

En la política española hemos presenciado estos días el lamentable espectáculo del tradicional ‘colacadero’. Con sitio en las listas hasta para los que, en pleno confinamiento, se iban de cenas de no se cuántos tenedores con el Tito Berni. Justito enfrente al restaurante en el que Rajoy ahogó sus penas el día de la moción de censura de Pedro Sánchez. El que ahora abre hueco a golpe de navaja al más puro estilo del 2 de Mayo para dejar a los suyos aposentados todo lo que sea posible. Como en el juego de las sillas, éstas llegan tan mermadas el 23 de julio que literalmente no hay sitio para todos en el PSOE. Pero interesa que los que, al menos hasta ahora, han sido próximos sigan en forma de guardia pretoriana. Para cuando se repita el eterno guion de las traiciones. Ese que vuelve una vez más por aquello de haber dejado por el camino todo tipo de cadáveres de personajes que sí merecían la pena. Igual que hizo Zapatero con un gabinete ministerial que daba literalmente para todo tipo de mofas y con unos barones a los que sólo se requería en su currículum fidelidad máxima. Así está dejando Pedro Sánchez un aparato del PSOE que ha sido debidamente ablandado cumpliendo la vieja norma de que los débiles y cobardes siempre apuestan por la mediocridad, y lo más barriobajero para dormir tranquilos al no dar alas a alguien que les pueda hacer sombra. Siempre actuando por detrás, como Sánchez al retocar las candidaturas.

En las filas socialistas, tras el paso de los chicos de Pepiño Blanco, llega la duda sobre dónde está la cantera. Quién iniciará la ruta, como aquel Rubalcaba al que envió al cadalso de las urnas Zapatero el 20-N de 2011. De momento, pintan bastos. Y con unas cartas que, como hacen los casinos de vez en cuando, habrá que renovar.

«Ni una cabeza más alta que la mía». Y como hizo el emperador del cuento infantil, nada como elegir el traje que me aconsejan los míos. Aunque sienta el frío... y las risas... ¡soy tan listo que les engaño a todos!

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