Diario de León

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Con ellos nació y con ellos murió. Así hablaba esta semana el presidente de la Fundación Antonio Pereira, Joaquín Otero, para anunciar una última edición de la Fiesta de la Poesía de Villafranca del Bierzo; un certamen que en otro tiempo impulsó el poeta y el narrador de cuentos que fue Antonio Pereira.

Aquel festival era una rareza. Una extraña joya de la poesía en el Jardín de la Alameda de Villafranca del Bierzo. Bajo la sombra de los álamos, a mediados de los años noventa y principios de este siglo, se oía recitar versos a Antonio Gamoneda, el poeta de  El libro del frío  que tiritaba junto a los manantiales y nos hablaba de la yerba negra y de las azucenas cárdenas que crecían en las laderas de las montañas; a un joven Juan Carlos Mestre, que ya había escrito la  Antífona de Otoño en el Valle del Bierzo  y había hecho sonar como cencerros escandalosos un buen puñado de versos deslumbrantes en  La tumba de Keats ; también a Antonio Colinas, el de  Sepulcro en Tarquinia,  el del mar de los peces muertos.

Aquella cita con la poesía, que aburría a los profanos, a los que no estaban en el secreto —y es cierto que no todos los que se subían al escenario compartían necesariamente el mismo talento— llegaba a las puertas del verano. Y los álamos que daban sombra a los poetas y al público que acudía a escucharles eran los mejores aliados. A la sombra crecían las metáforas, cogían vuelo las imágenes, el ritmo y la rima asonante de las estrofas; las figuras retóricas se retorcían en la boca de los recitadores, y los versos, los buenos versos, vivían durante un segundo en el aire, un instante que los hacía eternos, antes de desvanecerse igual que un rumor.

De todo aquello queda el recuerdo. Una colección de libros editados sin ánimo de lucro con los versos de los ganadores del concurso que cotizan alto en internet. Viejas fotografías de Pereira con un sombrero, y de la mano de Gamoneda, para protegerse del sol allí donde no llegaba la influencia de los álamos. Y un rumor.

Un rumor de versos.

Un murmullo de poemas difuntos.

Y alguna canción.

Cuando este fin de semana Santiago Auserón, antes conocido como Juan Perro, abra la boca para entonar una estrofa, quizá su voz se enrede con otras voces muertas, resucitadas para la ocasión.

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