Diario de León

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Desde que puedo ir a pie al trabajo, tengo más oportunidades de fijarme en la ciudad. Encontrarse con personas conocidas, coger el ritmo de la calle, es como tener una segunda vida después de tres décadas de un trayecto rutinario en coche a un polígono industrial. Una de las cosas que me ha llamado la atención es la suciedad no sólo de la acera. Canalones, fachadas de bares, esquinas... acumulan capas de roña producto de los desahogos fisiológicos canino.

En casa, disfrutamos de la compañía de una perra desde hace trece años. No estoy en contra de las mascotas. Tenemos la suerte de una zona verde destinada a perros al lado de casa y muchas otras cercanas. Nuestra Mori, que nació en una panadería de pueblo, rara vez hace sus necesidades fuera de la hierba. Es poco urbanita y prefiere caminar hacia la Candamia que a la Catedral.

En este nuevo recorrido al trabajo, he visto en varias fachadas y esquinas un cartelito que refleja el malestar de las personas que, tengan o no mascota, sufren las consecuencias de la relajación a veces exagerada, mal educada e incívica con las necesidades básicas de los animales que paseamos. Me refiero a quienes ni siquiera recogen los excrementos y dejan el pastel incluso en mitad de la acera.

«Mi fachada no es un pipican. Si no le gusta que su mascota lo haga en su hogar, por favor no lo haga en el de los demás. Es insalubre, antihigiénico, antiestético, genera olores, atrae insectos y demás bichos, destroza la fachada, etc», dice el texto ilustrado con una señal de prohibido y un perro haciendo pis

A las personas sin techo se les multa si orinan en la calle, me recordaba esta semana una joven educadora social que estudia la aporofobia. La cuestión del alivio de las mascotas no va solo de multas. Va de pensar en cómo hacer más vivible este nuevo estilo de vida en entornos urbanos. En Zamora que han colocado una nueva pieza de mobiliario urbano llamada pipican, con desagüe y autolimpieza. No será una panacea, pero hay que buscar soluciones por el bien común.

No nos vaya a pasar como en esta campaña electoral en la que nos salpican las mentiras como orines. El espectáculo televisivo del debate electoral nos dejó una buena riada, con trolas como que Podemos no firmó el pacto de Estado contra la violencia de género, cuando el que no lo rubricó fue Vox. Feijoó salió entrenado para morder, dispuesto a cuestionar la limpieza electoral con consejos vergonzantes a los carteros y con la desfachatez de usar a las víctimas del terrorismo como papel higiénico. La conversación pública, con la complicidad del periodismo declarativo, perezoso y malicioso, se ha convertido en una de esas calles salpicadas de meadas que todo el mundo ve, huele y soporta como si fuera lo normal. Y, no, no es normal. Nuestra democracia no es un pipican para políticos sin escrúpulos. No lo permitamos.

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