Pisar las calles nuevamente
Seguramente no somos tantos como piensa el señor Feijóo, pero sí más de los que considera su contraparte el señor Sánchez. Me refiero a quienes nos hemos detenido a pensar sobre la ridiculez de las materias que por lo general componen el arsenal del debate político entre los habitantes de las orillas profundamente opuestas, pero no tan lejanas, de nuestro panorama ideológico. Sin una adhesión inquebrantable a un ideario, una persona racional y libre de partidismos llega a considerar que los temarios de legislaturas y campañas no pueden estar más alejados de lo práctico, útil y prioritario para la ciudadanía de estos tiempos. Porque, a ver, las batallas de nuestros antepasados nos quedan a la mayoría bastante lejos, las identidades de género no es algo que esté al cabo de la calle y la reforma de la constitución, en fin, resulta tan urgente como un referendo sobre monarquía o república. Uno madruga para ir a trabajar y se sorprende pensando en eso desde primera hora. ¿Viven en nuestro mismo país los políticos que nos rigen? No es una pregunta retórica, sino una duda.
El pragmatismo, más allá de saber cuánto cuesta un café con leche, consiste en pisar las calles nuevamente y escuchar lo que se discute en los bares, cuáles son las preocupaciones no televisivas de la gente, ver y vivir pueblo. Y actuar en consecuencia, que no quiere decir exactamente satisfacer a la mayoría, sino poner en el blanco de las prioridades aquellos asuntos que conciernen a todos. Estudiar esas cuestiones hasta ser un experto, toda una autoridad, debería ser el cometido de cualquier gestor que aspire a un buen gobierno. La subsistencia es la primera, porque cuanta más gente es capaz de sobrevivir en condiciones dignas mejor para todos. ¿O no? A veces no lo parece y, sin embargo, no se trata de un fallo de comunicación ni de marketing.
Los intereses de dirigentes y dirigidos disciernen demasiado pese a que llamemos a la nuestra democracia representativa. Para convencerse de ello basta con ver una sesión del Senado o del Congreso. Si fuera por los temas que se suben a la palestra, uno calcularía que esas gentes viven en la década de los cincuenta, tirando por lo alto. Hay como unos lobbies de ideas manejando el cotarro, decidiendo en oscuras cuevas el contenido de las sombras que se proyectan en la pared que contemplamos algo pasivamente en mil y una pantallas.