Diario de León

Antonio Manilla

Shein, mira dentro

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Vamos «si no estamos ya inmersos de pleno en ello» hacia unos tiempos de carne de laboratorio, herramientas de impresora y políticos de Twitter. De cuando en cuando hay algún amago de rebelión ante este tipo de cosas: por ejemplo, el movimiento de recogida de firmas contra Shein, el gigante chino de moda ultrarrápida acusado de lanzar cada día cerca de ocho mil novedades textiles medio copiadas, fabricadas por niños o empleados explotados y elaboradas con sustancias químicas prohibidas en todos los países industrialmente responsables. Una marca tóxica, al parecer de quienes recaban esas rúbricas por internet para parar los pies a su expansión en el mercado europeo. Incluso en lo intelectual, pues su agresivo marketing digital está dirigido especialmente a los adolescentes, la parte más inmadura de nuestras sociedades. La más vulnerable: etimológicamente, adolecer es tener o padecer enfermedad. Para comprar responsablemente en redes todavía no hay cursos en nuestros institutos. El joven, metido en sí, tan solo ve lo que quiere ver. En este caso, el precio. Aunque no sólo los jóvenes. De hecho, el nombre de Shein procede de un juego de palabras en inglés con «see inside»: mira en tu interior. Urge una ley de Enseñanza firmemente orientada hacia los nuevos peligros que surgen de la navegación en seco que nos ha traído la web.

Con una combinación de velocidad, precios abusivamente bajos y publicidad basada en la recogida de datos —esas actividades en segundo plano que consentimos al bajarnos una aplicación aparentemente gratuita en el móvil, pagando con información sobre nuestras búsquedas y gustos—, Shein ha superado en ventas ya a tres gigantes como Zara, Walmart y H&M en los Estados Unidos. Se ha expandido hasta límites insospechados en Francia, capital de la moda, y aquí comienza a probar las mieles del éxito. Los promotores de la idea de frenar a esta marca argumentan muchas otras cosas: desde la baja calidad de unos tejidos desechables y no reciclables, el daño a nuestro ecosistema y el peligro para la salud de unos productos que pueden resultar tóxicos por su origen petroquímico, hasta la defensa de los derechos humanos de los trabajadores que los producen en condiciones deleznables. Uno confía en que consigan implicar en su lucha al gobierno antes de que ocurra alguna desgracia. Porque las normas están para cumplirlas. Mientras tanto, habrá que comenzar a vigilar no ya lo que comemos, sino también lo que nos vestimos.

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