El glifosato no es cuestión de Estado
Son muchos los años que desde distintas asociaciones ecologistas y también entidades médicas como la Organización Mundial de la Salud (OMS) llevan alzando la voz contra el extendido uso del glifosato en la agricultura. La cuestión es de tal calado que ha llegado a Europa, donde el Comité Permanente de Vegetales, Animales, Alimentos y Piensos (Scopaff), sometió a la votación de los Estados miembro la posibilidad de prohibir el uso de este potente herbicida de amplio espectro que en 2015, fue clasificado por la citada Organización Mundial de la Salud (OMS) como «probablemente cancerígeno para los seres humanos», basándose en una fuerte evidencia de que es cancerígeno para los animales.
La falta de acuerdo de los países reunidos para esta cuestión en Bruselas ha supuesto la renovación de diez años más la autorización para su uso. De todos modos, Europa se lava las manos y recuerda que los Estados miembros son responsables de las autorizaciones nacionales de los productos fitosanitarios que contienen glifosato, lo que significa que cada país de la UE seguirá teniendo la opción de restringir su uso a nivel nacional y regional si lo considera necesario «en función del resultado de las evaluaciones de riesgos, teniendo en cuenta en particular la necesidad de proteger la biodiversidad», recordó la CE.
Dado su extensivo uso en agricultura y también en el mantenimiento de carreteras para eliminar la maleza —hay que decir que la Diputación de León dejó hace tiempo de usarlo—, la Confederación Hidrográfica del Duero (CHD) realizó en 2019 un estudio para determinar la presencia de esta sustancia en los ríos de la cuenca. De los 293 puntos analizados, en la mayoría a además con frecuencia mensual, se identificó esta peligrosa sustancia en 200 de ellos. Según denuncia Greenpeace, además del daño para la salud humana de las personas que están más expuestas al glifosato, como pueden ser los trabajadores que lo utilizan, este pesticida tiene «graves impactos» en el medio ambiente, puesto que contamina los suelos y el agua y afecta a otros seres vivos, organismos acuáticos, peces y moluscos, también por las ranas y sus renacuajos, y organismos del suelo, como las lombrices de tierra, fundamentales para mantener la fertilidad del suelo.