Diario de León

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No suelo elogiar a escritores muy jóvenes, pues siempre me surge la duda si les beneficia o les perjudica. Hoy haré una excepción, pues además con ello reconozco la valía de sus profesores. Asistí a la presentación de Kosmoagonía (Eolas), de Juan Álvarez Iglesias, poeta de veinte años y brillante estudiante de último curso de Filología, en la Universidad de León. Le presentó Rafael Saravia, en la Biblioteca Municipal Padre Isla. Los presentadores deben manejar ideas, las del autor y las propias. Hoy todo se presenta, incluido lo impresentable. Saravia lo hizo muy bien, con argumentos literarios y las justas dosis de complicidad. Empezó espetándole al joven poeta: «Mira que te vengo dando caña para que bajes tu ego un poco, pero voy a tener que decirte que tu libro me ha gustado mucho». Claro que el propio Juan es el primero en bromear sobre sí mismo. Pero tampoco exageremos su inmodestia; al menos, su valía es tanto innata como logro del estudio. La humildad es un destino al que llegar, pero rara vez la primera parada del recorrido. Ya llegará. El año pasado impartí una conferencia teatralizada en su Facultad de Letras, en la que a mitad de la misma se incorporaba Cervantes, interpretado por Ángeles Rodríguez. Se me ocurrió que Pancracio de Roncesvalles, eterno repetidor, le pidiese un autógrafo —a don Miguel—. El docente que iba a interpretar el breve papel —tres minutos de duración— finalmente no pudo y se lo propusimos a Juan, quien enseguida aceptó y sin exigirme: «pues yo por menos de cuatro minutos no actúo», ni reclamar un camerino con piano. Fue una delicia contar con él.

Aunque a él le gustaría que le percibiéramos como a un poeta decadente y amante del exceso, su lado entrañable le delata. Al parecer, a veces se le tiene que insistir: «Modesto, baja». Y él baja, aunque al rato vuelva a subir. No importa. En efecto, la humildad es un destino.

No te empeñes, Juan, nunca serás un decadente. A mí no me la das. ¡Por Rimbaud, solo te faltan las alas! Si me permites que comparta una certeza, válida tanto para la vida como para la literatura: el gran misterio es el Bien. Que tu corazón de siglo de oro te guie, en los logros y en los eclipses. Felicitaciones por el poemario.

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