Diario de León

AL TRASLUZ EDUARDO AGUIRRE

Buenas personas preferidas

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F Fui a disfrutar de una grata comida multifamiliar y en el restaurante coincidí con Marcial Manzano, una de mis buenas personas preferidas. Al que fue presidente de Caja España cuando le preguntas cómo está sonríe y se encoge de hombros, como diciendo ¿quieres la respuesta corta o la larga? Me hubiese gustado la larga, pero los encuentros fortuitos tienen sus limitaciones. Me hizo mención a unas palabras mías en una columna anterior, en la que admitía mi torpeza con la contabilidad y cómo recurría a mi mujer para todo aquello que no podía resolver contando con los dedos. A él, como buen contable, esto debió de hacerle sonreír. Pero Manzano irá para mí siempre asociado a unas palabras suyas, que hoy vuelvo a contar porque le reflejan. Acabábamos de concluir una reunión de trabajo, nos fuimos a tomar algo y nos dijo: «Disculpadme, todos los días a la misma hora llamo a mi madre». Y lo hizo. Ah, la vida. Era entonces el presidente de Caja España, y aquella naturalidad me conmovió. Cuánta gente querría ahora hacer las llamadas que no hizo cuando podía. En la comida familiar me lo pasé muy bien, pero además me hubiera gustado tomarme un café con él y decirle: «Nunca he olvidado cuando llamaste a tu madre». No pude decírselo, pero ahora lo expreso aquí. En la vida laboral hay etapas, normalmente en las primeras. en la que coincides con personas mayores que tú, y el trato con ellas es enriquecedor e inolvidable, más de lo que ellas puedan sospechar. Y un día, de repente, eres el mayor de la oficina.

¿A las palabras —escritas o habladas— se las lleva a el viento? A unas sí, a otras no. Incluso hay silencios que permanecen más que una larga parrafada. No hay reglas al respecto. Supongo que se nos queda aquello en lo que nos sentimos retratados. A veces, una sola frase lo contiene todo.

No tengo eso que llaman memoria elefante, pero aquellas palabras de Manzano se me quedaron y contribuyeron a que sea, en efecto, una de mis buenas personas preferidas. Aquellas palabras las dijo en la cafetería del hotel Conde Luna; ahora bien, no me pregunten si tomé café o mosto. El corazón memoriza con sabios criterios: solo aquello que le es útil y de buenas personas preferidas.

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