El día que Dios entornó la mirada

« Al octavo día, Dios miró hacia abajo, al paraíso recién estrenado. Y dijo Dios: necesito un cuidador. Entonces, Dios creó al agricultor. Necesito alguien que se levante de madrugada a ordeñar, que cene y empalme otra jornada, sin rechistar. Entonces fue cuando Dios creó al agricultor. Y dijo Dios: necesito a alguien dispuesto a quedarse toda la noche con un potrillo recién nacido, verlo morir, secar sus ojos y decir, quizás el año que viene. Necesito alguien que pueda darle forma a un mango de hacha, herrar un caballo con un trozo de tenedor, hacer arnés con hilo de fardo, arpilleras y herraduras, alguien que durante la siembra y la cosecha aguante 40 horas de trabajo el domingo y el lunes, y el martes a mediodía, con dolor de espalda por arar con el tractor, añada otras 72 horas de labor. Fue entonces, fue así, cuando Dios creó al agricultor. Porque dijo Dios: necesito a alguien con fuerza para talar árboles y cargar fardos, y con la delicadeza necesaria para destetar corderos y lechones, y atender a los pollitos recién salidos del huevo; alguien que detenga su rotativa para entablillar la pata rota de un pájaro; y entonces, creó Dios al agricultor. Tenía que arar profundo y derecho, sin tomar atajos, alguien para plantar, desbrozar, dar ración, criar, rastrillar, aricar, arar, segar sembrar, esquilar y desnatar la leche. Alguien que una familia con los lazos suaves del comprender y fuertes del compartir. Alguien que se ría y luego suspire, y responda con los ojos brillantes cuando su hijo le dice que quiere pasar el resto de su vida en lo mismo que hace su padre ...» Del libro de la creación del mundo tal y como lo conocimos antes del Pacto Verde europeo que impulsaron en Bruselas PSOE y PP sin encomendarse a Cristo, para legitimar un bombardeo legislativo que incrimina al campo y a sus habitantes. Dedicado a los valientes, algunos insultantemente jóvenes, que han decidido responder a esta agresión infame de políticos, de periodistas; del supremacismo que trata de incriminar el paso al frente de los leoneses del sudor; leoneses dispuestos a defender con sus manos el legado de sus padres, que lo fue de sus abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, por los siglos de los siglos, hasta aquel momento en que Dios miró abajo y dijo: necesito un agricultor.