Diario de León

EL RINCÓN pÍO gARCÍA

Salvemos la letra p

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L a letra p está amenazada, como las ballenas y los linces ibéricos, y debemos luchar por su supervivencia con un entusiasmo de activistas que arrojan botes de sopa a la ‘Gioconda’. El ecosistema lingüístico no sería lo mismo sin ella y hasta los roscos de ‘Pasapalabra’ perderían mucho encanto si hubiera que saltar abruptamente de la o a la q.

A la letra p le persigue una mala fama injustificada. Mucha gente —gente que ocupa puestos sonoros e importantes— sospecha que bajo su inocente estampa se esconde la terrible huella del heteropatriarcado y se ha propuesto erradicarla. Su pancita y su inquietante rabito colgandero le hacen flaco favor, pero sería injusto cargar sobre sus espaldas gigantescos pesos morales que no le corresponden. Hace unos días, el ministro de Derechos Sociales, Pablo Bustinduy, anunció con toda solemnidad ayudas a las «familias monomarentales».

Quizá piense el ministro que decir «monoparental» sea como cantar en Eurovisión el ‘Cara al sol’ y por eso sustituye la malvada letra p por la benéfica letra m, que sabe a pechos ubérrimos y a caricias maternales.

En estos casos se echa de menos en el Gobierno un latinista de guardia o al menos un diccionario etimológico. Así hubiera podido descubrir que parental no viene de padre, sino del verbo ‘parere’, que significa, oh cielos, parir. De manera que «monoparental» hace referencia en primer lugar a la madre y luego, por extensión, a cualquier progenitor.

Ministro Bustinduy, no arrojemos sobre la letra p más basura de la necesaria y alcemos con orgullo su bandera. Piensa que si no frenamos esta ola a tiempo acabarás llamándote Mablo.

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