Diario de León

NUBES Y CLAROS MARÍA J. MUÑIZ

Maestros con nota

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C ómo describir la música. No lo que evoca, sino lo que la edifica. La estructura que le da sentido. Esas reglas que convierten un universo de corcheas y octavas en placenteros sonidos o los transforman en una tortura de chirridos sin sentido. Don Emilio se desgañitó intentando hacernos entender a una legión de mastuerzos que la composición musical no era una ecuación matemática en la que sólo había que salvar las reglas fundamentales de la disonancia. Dulce, paciente, entregado. Crédulo hasta el final en que aquellas sucesiones de blancas y negras, apuntadas con más oreja que oído sobre el pentagrama, nos harían entender al fin que tanto punto y raya encerraba melodías deliciosas.

El añorado Ángel Barja permitió que destrozáramos sus oídos en aquellas clases de canto coral en las que pugnaba por poner orden y concierto al despendole interpretativo de un ejército de niños que sembraban con sus gallos incontenibles el cambio de voz hacia la adolescencia. Lo que no disculpaba la atrocidad de nuestras cualidades vocales. Tampoco se rindió, ni escatimó su talento inagotable empeñado en que prendiera en alguna de aquellas almas de garganta torpe el amor por la música.

No pocas vocaciones, unos cuantos talentos y muchos aficionados dejamos que entrara, si no en nuestra mollera o en nuestros dedos sí en nuestra sensibilidad y en nuestro reconocimiento, el amor por la música. Fue gracias a personas como ellos.

Aunque no todo el monte era armónica floritura. En aquel hormigonado conservatorio hoy condenado y sin sustituto legaron su amor por la música y su vocación por la enseñanza muchos maestros y maestras. También camparon, para horror de los pequeños cuyos padres soñaban con enriquecer su formación y abrir sus espíritus, gentes sin sensibilidad no ya musical, sino humana, que a buen seguro lograron espantar no pocas vocaciones y aficiones.

El recuerdo no es para ellos ni para ellas. No importan nada. El homenaje es para esos a quienes nunca desanimó la torpeza de aquellos alumnos en los que sin duda adivinaron un imposible futuro en la música, y el entusiasmo que volcaron en los que sí mostraban habilidades.

Decía Pavarotti que aprender música leyendo teoría musical es como hacer el amor por correo. Mas amor es al fin. El que nos legaron, por más duros de oído que fuéramos, aquellos buenos maestros. Aquellos maestros buenos.

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