Diario de León

cuerpo a tierra antonio Manilla

Ni luces ni sombras

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A la ciudad le han quitado luces y sombras. La luz de las farolas estreñidas que impone el evangelio dictado por los millonarios verdes y la sombra ausente de los árboles que había y ya no hay para refrescar las calles durante la canícula. Lo primero igual puede entenderse como un servilismo a la idea del momento, lo segundo resulta incomprensible sobre todo cuando el calentamiento climático prevé inviernos cortos y veranos largos. Más allá de la profunda contradicción interna entre ambas medidas, algo tiene que haber de fondo para dejar una larguísima avenida como Padre Isla con veinte árboles contados. Veinte: es literal. Toma pasillo verde. Siendo comprensivos, se puede pensar que los abolidos estarían enfermos. Para que no se hayan sustituido, a mí sólo se me ocurren dos razones: o estamos arruinados o lo de «proteger el Planeta contra la degradación» y lo de «hacer frente al cambio climático» de la agenda 2030 se lo saltaron en Poridad. Porque acusar de arboricida al alcalde y a su muleta leonesista, como insinúa el ecologismo local, me parecen palabras mayores. ¿Cómo se puede odiar a los árboles en un mundo de gentes que cada día los abrazan y además votan? No me parece.

Pero el asunto es que cada vez hay más tocones por la ciudad. Los muñones de esos árboles talados, en muchos casos, se han dejado como recuerdo de que allí hubo un día un enhiesto surtidor de sombra y sueño, que dijo Gerardo Diego del ciprés de Silos. Además de a la melancolía, están llamando al accidente, si reconsideramos la insensata escasez de luminosidad que adorna esas horas sin luz de los nocturnos que ahora, por iniciativa del ayuntamiento, lo son más que nunca. Súmele los taquitos de piedra que han florecido en los parques públicos y los bloques que sujetan esos paneles qr que sólo tendrían sentido si no existiesen Google ni mupis, y ya está liada. Cualquier día, uno de esos patinetistas de reparto ciegos de velocidad que no circulan por las veredas peatonales se come uno y entonces a algún edil se le ocurrirá plantar cojines berlineses en las aceras para calmar el tráfico. En Logroño, para una movilidad sostenible, se pusieron «calles abiertas» con perspectiva de género y todo, con unas señales horizontales creadas por los munícipes que Tráfico rechazó de plano. Aquí ya hay algunas. Por si es de interés para la oposición, si algún día la hubiere.

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