Diario de León

El rincón
 Pío García

El bolsón de Higgs

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Los amantes de la física teórica nos hemos llevado un disgusto con el fallecimiento de Peter Higgs. De vez en cuando los periódicos abren sus ediciones con descubrimientos científicos de enorme impacto, aunque uno sospecha que lo hacen por fardar y para escapar de la mugre cotidiana: compare usted a Koldo y sus pisitos en Benidorm con la sutil danza de las partículas subatómicas. En momentos decisivos, hasta los lectores se contagian del entusiasmo informativo. «¡Han encontrado el bolsón de Higgs!», oí exclamar en la carnicería y me pareció una buenísima noticia: enseguida imaginé al pobre señor Higgs en bañador y chancletas, angustiado por haber perdido uno de esos bolsos playeros en los que caben la sombrilla, el móvil, las palas y varios universos.

Incluso los legos en la materia podemos extraer valiosas lecciones. La primera es la importancia de un bonito nombre. El propio Higgs propuso que la partícula llevase los apellidos de todos los que participaron en su hallazgo: el bosón de Anderson, Brout, Englert, Guralnik, Hagen, Higgs, Kibble y ‘t Hooft. Pero tener que recitar la alineación completa del Anderlecht cada vez que uno habla de física resulta algo engorroso, así que se impuso Higgs, un nombre corto y fulminante, que suena a fichaje de invierno o a caramelito para la tos. ¡Qué demonios iba a hacer contra eso el pobre ‘t Hooft, también premio Nobel, pero condenado a la irrelevancia por una onomástica extravagante! La segunda lección es aún más importante. Cuando Higgs mandó el artículo con el descubrimiento del bosón a una revista científica, pensaron que se le había ido la olla y lo tiraron a la papelera. Eso siempre da esperanzas.

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