nubes y claros
Muy black
Me perdí. No para la causa, que la tengo clara (la mía), sino en general. Me perdí hace tiempo, deambulo cada vez más desorientada. Renuncié a saber quiénes son de los nuestros, y tengo cada vez menos claro quiénes no son de los míos, y eso me preocupa más. Imposible olfatear pistas fiables. El hedor generalizado, en cada trinchera en la que ahondamos segundo a segundo, ya no te deja fiarte de uno de los más primitivos sentidos. Apesta casi todo tanto que ya si algo te da en la nariz es para hacer una mueca y taparte el intuitivo apéndice. Quizá ya no haya en quién creer. O tal vez es el momento de cerrar filas con la propia dignidad y poner barreras de cemento armado a los argayos con los que se pretende sepultarnos sin conciencia. Aplastados puede ser; sin juicio ya es otra cosa. Aunque sea en forma de silenciosa resistencia al aborregamiento.
Y es que la política se parece cada vez más al fútbol. Quienes ejercen cargos respaldados por los democráticos votos enredan un enjambre de hooligans que no sólo renuncia a razonar, sino que está dispuesto a morir (es su problema) y a matar (ahí el peligro) por lo suyo. Lo que demonios sea lo suyo, el todo y la nada, que viene a ser lo mismo. Una cosa les diferencia. Los futbolistas, los muy bien pagados por sus talentos, vienen amenazando con hacer una huelga. La máquina del dinero les exprime hasta lesionarles y sus jóvenes cabecitas no saben muy bien dónde están paradas. En eso tienen razón. No se ha oído a ninguno decir que va a renunciar a parte de sus inconcebibles ingresos para poner freno a la situación, eso también hay que tenerlo en cuenta. Quizá la vice Yolanda Díaz pueda intentar negociarles una reducción de jornada sin recorte de salario, aunque prefiero que primero saque adelante lo nuestro.
En el enjambre político la actividad, en cambio, es cada vez más frenética y sin amenaza de huelga. Delincuentes acusando a políticos de delincuencia sobre otros declarados delincuentes en una ensalada de desfachateces de las que nadie sale bien parado. Recorres los medios y sales bufando. Aturdimiento por sobredeinformación.
Y allí abajo, reza: «Fin a la crisis de las empanadillas». Mejora la excusa del cereal y las obleas vuelven a súper. ¡Señor, al fin una buena noticia!