Diario de León
Carlos Fidalgo
Ponferrada

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El país de El Juego del Calamar ha vivido un autogolpe de Estado; un presidente que, después de un revés parlamentario declara la ley marcial, despliega al ejército, suspende derechos y libertades, y califica a la oposición de antipatriota y traidora. Ese país es Corea del Sur.

El Juego del Calamar para los (cada vez menos) que no vean televisión en plataformas, es una serie «macabra y adictiva, a ratos cutre, con guiños a la nostalgia y estética de cómic pulp y de cine gore», ha escrito el crítico Ricardo de Querol en El País. «Un festival sádico que no decae», ha opinado Pere Solá Gimferrer en La Vanguardia. «Una evasión para los horrores del mundo real», ha dicho Kayti Burt en Den of Geek. «Una poderosa crítica social disfrazada de fábula cruel», ha contado en La Nación Martín Fernández Cruz.

El punto de partida de El Juego del Calamar no es del todo original. Cientos de jugadores que necesitan dinero reciben una invitación para competir en una serie de juegos infantiles y lograr un premio muy tentador. A cambio arriesgan su vida. Y los que pierden, mueren. El argumento recuerda a otras producciones distópicas y gamberras. Pero el director y guionista, Hwang Dong-hyuk, lo cuenta de tal forma que, efectivamente, la serie es «macabra y adictiva», «un festival sádico» con ecos del cine gore, «una fábula cruel» que engancha a los telespectadores.

El problema de El Juego del Calamar, como le ocurre a las ficciones sobre política, a las sátiras sobre tiranos, sátrapas y nuevos inquilinos de la Casa Blanca, es que la realidad les está pasando por encima. Tenemos guerras crueles, órdagos nucleares, un presidente electo de los Estados Unidos que amenaza el libre comercio y la globalización, una crisis energética en ciernes, un cambio climático evidente, legiones de negacionistas, cretinos, terraplanistas, creacionistas, reaccionarios... Y ahora que empiezan a emitir una nueva temporada de la serie surcoreana, me pregunto qué hará Hwang Dong-hyuk para que la realidad, a ratos cutre, siempre cruel, no devore su próxima historia.

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