Diario de León

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En España, han proyectado la primera sesión de cine para nudistas. «¿Había mucha cola?», me preguntará mi lectora centenaria, siempre a la que salta. Al parecer, unos cincuenta en cada sala, pues el experimento se hizo a la vez en dos, en Barcelona y en Valencia. Iba a hacerse también un pase en el madrileño cine Embajadores, pero finalmente fue suspendido. «Problemas de agenda del señor alcalde, supongo», habrá aventurado la lectora de antes, a la que hoy se lo estoy poniendo a huevo. No se especifica que fuese a asistir, ni él ni el ectoplasma de don Juan Tenorio. Esto del nudismo no va de sexo, en sentido gimnástico, sino de desinhibición. «Yo tuve un novio pelotari», dirá la tía de dicha lectora. Alto ahí, no confundamos el culo con las témporas.

En el reportaje se les ve gente simpática y aséptica, como rociados en Nenuco. A mí hace dos o tres siglos no me hubiese importado asistir a la proyección, aunque casi mejor a un cortometraje. Cincuenta esqueletos son mucho respetable público, todos salían desnudos — como figurantes— en la película, el thriller Tú no eres yo. Visto lo visto, con más miembros que miembras. Viven la desnudez con naturalidad, como lord Carrington porta su monóculo. Nada que objetar, aunque uno es muy de gayumbos, sobre todo en diciembre. Pero si necesitan un extra para una en la que salga Jennifer López aquí me tienen, doy muy bien de bisabuelo y sé imitar al gallo Claudio.

Por cierto, no sé por qué a las amenazas meteorológicas se les pone nombres de mujer.  A la última borrasca se le ha llamado Dorotea. Protesto, es el nombre de mi personaje femenino preferido del Quijote, y los borrascosos eran sus acosadores. Al sol, en cambio, le llamamos Lorenzo, que suena a escritor de novela negra. Eso sí, a la luna, Catalina —como la mujer de Cervante—.

Nuestro santoral tiene una Dorotea, santa y mártir, y de quien se decía que su belleza y su humildad despertaron el odio de Sapricio, nombre que inclina al mal. Dorotea tiene solera, y es la patrona de los floristas.

En cambio, la política resulta hoy obscena, no porque esté desnuda, sino por exceso de disfraz. Demasiada borrasca, que deja casi todas las vergüenzas al aire. Una bochornosa y desnudísima verdad. Uf.

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