Sentir vergüenza
Somos un gran país a pesar de que no seamos un país grande. Tenemos excelentes profesionales, capacidades para los negocios, excelentes infraestructuras y servicios, una sanidad, a pesar de todos los problemas, excelente, nos visitan cada año cien millones de personas, el doble de nuestra población. Somos tolerantes, abiertos, mayoritariamente honrados, capaces de integrar a los diferentes, a los que vienen de fuera buscando una oportunidad, somos capaces de improvisar en momentos difíciles y encontrar soluciones. También tenemos problemas, muchos, sin resolver. Pero en general prima lo positivo sobre lo negativo.
Por eso siento vergüenza de algunos comportamientos especialmente en la esfera pública, en la de quienes nos gobiernan y nos representan y de que nos traten como idiotas. Siento vergüenza de dirigentes como María Jesús Montero, Patxi López y el propio presidente del Gobierno, que ponían la mano en el fuego por «el gran Santos Cerdán» y ahora dicen que no le conocen y que todo está resuelto porque indeseables como él «ya no son del PSOE». Es evidente que lo han expulsado para poner un cortafuegos, pero las acciones cometidas lo fueron desde el poder casi absoluto en el partido y sus influencias, cada vez más extendidas, en el Gobierno y en comunidades autónomas gobernadas por el PSOE. Y no durante unos meses sino durante, al menos, una década. Sin que nadie se enterase de nada.
Siento vergüenza de que quienes dicen que son limpios e incorruptibles sigan sentados en la misma mesa del Consejo de Ministros con quienes han permitido, ignorado o alentado la corrupción. Siento vergüenza de que se quiera convencernos de que asumir responsabilidades es echar a uno, que sólo pudo llegar a donde estuvo por quien le designó, le dio todo el poder y toda su confianza, le encargó nada menos que negociar la investidura con PNV y con Junts, y que todo siga igual. Siento vergüenza de la imagen de España en el exterior por culpa de presuntos delincuentes, un Gobierno que se esconde, que miente y que culpa siempre a la oposición de sus errores y que se escuda en «los militares» para frenar el gasto en defensa, cuando nunca ha tenido en cuenta otra cosa que la, casi siempre, arbitraria decisión de su presidente. El daño causado y la caída del prestigio político y económico de España es inmenso. Siento vergüenza de que se quiera hacer una reforma de la justicia de espaldas a la realidad, por la puerta de atrás, sin consenso, con mentiras, manteniendo y dando más poder a un fiscal general investigado, reduciendo las garantías de los ciudadanos y abocándonos a una justicia a la medida del poder. Siento vergüenza de unas izquierdas cuya única voluntad es excluir a sus adversarios de la vida nacional. También a los que, siendo de izquierdas como ellos o más que ellos, se atreven a levantar la voz contra esta polìtica sucia y corrupta.
Siento vergüenza de un ministro de Transportes zafio e insultón, que se ha cargado el prestigio de la red ferroviaria española y que está sometiendo a los viajeros a incidencias impresentables en un país moderno. Y que no da la cara. Siento vergüenza de que si prospera la propuesta de ley del PSOE para abolir la prostitución, sea imprescindible el voto a favor de José Luis Ábalos. Siento vergüenza de un presidente que se mantiene en el poder sin Presupuestos, sin proyecto y acorralado por la corrupción, de un Gobierno ineficiente y de los partidos que manteniéndole en el poder para su beneficio, son cómplices de la corrupción. Nos merecemos otra forma de hacer polìtica.