Diario de León

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Ya se habló mucho del lobo. Pero me llega que al hijo de mi hermano le ponen Lope, lupus, lobo, y luego veo a esa pequeña criatura amamantarse en la distancia a los pechos de su madre, y es entonces que siento que tengo que escribir aquí de pezuñas y de colmillos que juegan a rasgar estas hojas de papel, y de la luna blanca, y de pequeños hocicos que apenas aciertan a unir las dos vocales con las que se abre en canal el cielo de la noche.

Pequeño lobo, mira que a menudo serás la moneda verde que algún trasgo malo querrá esconder bajo su almohada y un ojo infinito tratará de sostenerte la mirada. Mal asunto; aunque te lo repitan, la cosa del lobo no fue siempre la del bandido y la alimaña, la del ladrón que recorre cada noche el itinerario del frío para caer sin compasión sobre sus presas. Te contarán cuentos con los que hacerte culpable, pero lo tuyo también es la fuerza y el señorío del monte.

Te contaré que en antiguas sociedades guerreras abandonaban a los pequeños como tú a su suerte en medio de los campos para que se buscasen la vida cazando y escondiéndose, para probar así su valor y su coraje. Y que algunos hay que piensan que de aquellas costumbres surgieron las creencias, universalmente extendidas, de que algunas personas compartían su naturaleza con la del lobo, aullando desnudos en los claros del bosque, corriendo nocturnos por valles y colinas mientras por el día se sentaban a la mesa como tú y como yo.

Quizás por eso, pequeño Lope, nos desasosiegue tanto la figura del lobo. Quizás sea que nos recuerda nuestra fragilidad, que nos hace cabalgar el torbellino fatal en el que saltan locos nuestros instintos al otro lado del espejo de nuestra mirada, instintos contradictorios a veces, capaces de sacar lo peor y lo mejor de nosotros mismos, pero al fin y al cabo ¿qué es la libertad?

En fin, algún día te tocará a ti trotar por los caminos del día y de la noche, saltar fuentes y regueras, escapar del ladrido doméstico de los perros y respirar el aire que se posa azul en lo más alto de los montes. Sí, algún día te tocará recorrer ese loberinto que todos llevamos dentro, pero mientras tanto no tengas prisa y descansa, descansa en los brazos de tus padres, al calor de la camada.

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