Diario de León

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La gens romana, concepto tan enraizado en su cultura y en su estructura social, hace referencia a un conjunto de familias que descendían de un antepasado común y llevaban el mismo nombre (cognomen). Sin discutir su vinculación originaria, lo cierto es que en nuestra lengua la palabra gente tiene un notable valor polisémico, aunque posiblemente la primera acepción de la RAE —«pluralidad de personas»— sea la más utilizada, la más reconocible objetivamente. Y, sin embargo, a uno le parece una palabra débil, caricaturizada o, dicho de otra manera, una especie de pantomima semántica. Porque, en realidad ¿quién es la gente?

Con frecuencia el sentido real de una palabra reside en el matiz, en los matices, en la intencionalidad, por supuesto, aunque la frecuencia de su uso desgaste esos valores. Por eso la posible dualidad o ambigüedad conduce con frecuencia a una notable confusión asumida por costumbre, especialmente cuando se trata de aspectos negativos, en cuyo caso gente viene a identificarse, de forma prácticamente inconsciente, con los otros, los demás. Parece entonces una exculpación. Seguramente quien haya leído hasta aquí tendrá en su mente algunas frases o expresiones que corroboran tal actitud o matiz. Pueden servir, entre miles, «la gente no respeta las señales», «la gente es muy rara», «la incultura de la gente», «está la orilla sucia por la dejadez de la gente», «es que la gente es la leche»…

Es en casos como estos cuando pienso que el lenguaje se canaliza a veces a través de los cauces del maniqueísmo, de la dualidad, de los buenos y los malos de la película de la vida. «Somos buena gente», «somos gente honrada»… Hasta el uso de la persona gramatical nos conduce hacia el grupo de los buenos. La gente (impersonal, extraña, genérica, chusma…) es otra cosa. El tono del lenguaje contiene muchas posibilidades despectivas, aunque sean involuntarias en no pocos casos. Nos sumamos a la idea de gente cuando el contenido es positivo, no tanto o nada cuando sucede lo contrario. ¿Cuándo somos gente, cuándo no?

El uso de la lengua es posiblemente la manifestación o reconstrucción de una conciencia selectiva, que debería ser igualitaria cuando sea menester, hecho o circunstancia que añade precisión, que de eso se trata. La estética del basurero lingüístico es muy poco recomendable.

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