Diario de León

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Hace unos días, al salir de Cospedal de Babia, vimos a una mujer sentada en el poyo de piedra de una casa a la que daba el débil sol del mediodía en las postrimerías del verano. Leía el periódico y paramos a conversar un rato con ella. Nos contó que el confinamiento por el covid le pilló en una residencia en la que se recuperaba de una operación de cadera y no pudo salir de allí hasta junio.

Isabel Meléndez Entrago es una de las 11 personas que habitan el pueblo durante todo el año. Al despedirnos le agradecí que nos atendiera y nos dejara tomarle una foto. Gracias, ¿por qué?, dijo ella. Por la conversación, mujer, le respondí. Uy, lo mismo pasan ocho días y no pasa nadie con quien poder hablar, terció.

Nosotros volvíamos a León. Salimos de Babia por Villafeliz y de Luna por el paisaje atirantado del puente Fernández Casado. Regresamos hablando de la soledad de los pueblos y del privilegio de ser caballo con los pastos reverdecidos a las puertas del otoño.

El bullicio del estío da paso al silencio en los pueblos. La España vaciada se vacía un poco más, como el pantano de Luna con los últimos riegos de la temporada y la voracidad de las eléctricas. Urge poner remedios o, al menos, intentarlo. El pitido del panadero y el camión de la recogida de la basura son los pocos sonidos que hacen competencia a la naturaleza en muchos pueblos. Las campanas ya no tocan ni a muerto. Dar conversación a la gente que queda en los pueblos debería entrar en la cartera de servicios de alguna administración. Nuevos oficios para nuevos tiempos y para una sociedad envejecida que tiene en los cuidados una emergencia invisible.

Vivimos al borde del agotamiento de materias primas, se acaba el tiempo para esquivar un colapso colosal, del que aún podríamos ser testigos, y hay que repensar la vida. Pero nos distraen con tanto ruido y espejismos de futuro en centros comerciales que olvidamos que hay que tejer comunidad entre pueblos y ciudades. Las becas Ralbar —dar la primera reja de arado a las tierras— han conectado este verano a jóvenes universitarios con el mundo rural para cultivar sus fortalezas. Son un rayo de luz. Como el proyecto de Héctor Escobar y Miguel Riera de abrir un almacén cultural rural en la estación de San Feliz de Torío o el proyecto Ecologías del lúpulo, de Susana Cámara Leret, que rescatará el filandón para revitalizar la vida comunitaria en los pueblos lupuleros al tiempo que recuperará su memoria. La palabra nos salva de la soledad y del abismo. Como Belisa Crepusculario cambió su vida cuando aprendió a leer y escribir y sembró felicidad as escribiendo cartas por encargo en  Cuentos de Eva Luna .

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