Diario de León

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Conozco el programa Vacaciones en Paz desde antes de que se llamara con este nombre. En el año olímpico de 1992, mientras se inauguraba la Expo de Sevilla, llegó a León un grupo de niños y niñas saharauis para pasar el verano lejos de la Hammada argelina, tan tórrida en verano como gélida en las noches de invierno. Un lugar inhóspito que los saharauis del exilio han convertido en habitable tras medio siglo de su diáspora.

El candor de las sonrisas infantiles, la magia de los tres tés —amargo como la vida, suave como la muerte y dulce como el amor— y la humanidad de sus gestos conquistaron los corazones de muchas personas verano tras verano en León. Los niños y las niñas saharauis son los mejores embajadores de una causa olvidada —y ahora vilipendiada— por el Estado español. Y la sociedad civil, asociaciones y muchas personas de bien, han sido el corazón de un país que los abandonó precipitadamente aquella lejana provincia española llamada Sáhara Occidental.

Dicen que la historia no se repite, pero rima. Y lo que ha hecho el Gobierno de España con Marruecos en este último año es como un eco de la Marcha Verde que obligó a huir de su tierra a miles de personas. Cuando hace casi treinta años visité los campamentos me asombraron tanto las condiciones extremas como la capacidad de resiliencia y organización, con las mujeres como puntal imprescindible.

El Gobierno nos ha abochornado con su actitud sumisa a Marruecos, que es compartida por Europa. Pero esta semana lo que me ha dado vergüenza ajena han sido las actitudes egoístas y carentes de la solidaridad debida de familias que participan en el programa Vacaciones en Paz y que acogen niños a través de asociaciones. Gente sin sensibilidad alguna que ha tirado de unas niñas como si fueran sus juguetes de verano y dejado ‘tirados’ a otros dos porque no eran los ‘suyos’. Gente que enseña la patita insolidaria con acogimientos a la carta —‘Si no es niña no quiero’— y que cree que pone por encima de las vidas inocentes están sus expectativas para un mes de verano. Las familias que acogen a las niñas que llegaron con asignación duplicada a Castilla y León no se las merecen. Y las que han rechazado a los otros dos niños, tampoco. La autoridad del delegado saharaui, que tiene la patria potestad de los menores, ha quedado en entredicho.

El Frente Polisario y las asociaciones tendrán que revisar los protocolos y hacer más pedagogía de la solidaridad. Para los niños y las niñas son más que unas vacaciones. Son una oportunidad de mejorar su salud y en algún caso el principio de una acogida para futuros estudios. Pero separarse de sus familias es un trago muy duro como para que unos adultos egoístas e irresponsables los usen a capricho.

Como escribió el poeta Khalil Gibram, "tus hijos no son tus hijos, son hijos e hijas de la vida deseosa de sí misma". Cuánto más los que no son tus hijos.

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