Diario de León

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Resulta llamativo lo que nos cuesta  enfocarnos en el lado positivo de las cosas. Es verdad que nos vemos envueltos la mayoría del tiempo en acontecimientos que nos resultan poco agradables. Da la sensación de que la guerra no está sólo en Ucrania, sino en la vida misma. Parece esto una lucha constante por la supervivencia. Desde que nacemos hasta que morimos y poniéndonos un poco tremendistas, nos vemos envueltos en montones de cosas por resolver, empezando por el simple hecho de nacer hasta el final de los días, pasando por encajar en lo que se espera de nosotros cuando somos niños, en sobrevivir en el trabajo, encontrar un ambiente social que nos cuadre y en el que no se nos juzgue demasiado, la titánica tarea de educar a los hijos, llegar a ser mayor en un estado de salud que nos permita disfrutar un poco de la vida cuando nos hemos desquitado por fin del trabajo y morir en paz. Casi nada. 

En todo este curioso proceso de la vida hay mucho más de pelea que de paz y quizás por eso tendemos más a fijarnos en lo menos bueno que en su contrario. No sé si es algo que surge de manera natural en el ser humano, pero lo cierto es que es una actitud de lo más común. No nos sorprende que nos den las gracias si abrimos la puerta a alguien y le cedemos el paso, pero sí cuando nos brindan las mismas palabras por hacer bien nuestro trabajo, por ejemplo.  Y la sorpresa viene porque no es lo habitual. Lo lógico es que pongamos una queja en un restaurante porque hemos encontrado un pelo en la sopa  y lo raro, que le demos las gracias al camarero de forma amable y cercana por el simple hecho de haber contribuido a que hayamos pasado una buena velada. Sin más. O al profesor de nuestros hijos por haberle enseñado lo que tocaba. O a un amigo  por nada en concreto, sino sólo por estar ahí.  Pero es que, además, los sucesos escabrosos nos entretienen bastante más que las noticias agradables, que nos suelen resultar algo aburridas y sin gracia. Y no creo que sea por falta de emoción en la vida. O quizás sí. Lo que está claro es que aprender a ver lo bueno de las cosas requiere, como todo, un aprendizaje y además, otro proceso más complejo como es el desaprender para darnos cuenta y, sobre todo para agradecer, el lado bueno de la vida. 

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