Diario de León

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Al otro lado de la puerta de la casa natal de Enrique Gil y Carrasco en la Calle del Agua de Villafranca del Bierzo asoma un suelo de paja y escombro. Una silla patas arriba. Una cesta de mimbre abandonada. Y un arcón sin tapa ni suelo, apoyado en la pared.

La imagen del número 15 de la calle del Agua, la más aristocrática de Villafranca del Bierzo, no puede ser más desoladora. Más allá de su fachada blasonada, cubierta de un pobre revoque, al otro lado de la puerta desvencijada que deja un resquicio para los fisgones, aparece una estancia vacía y lo que en tiempos mejores debió ser un ventanal o una galería que daba a un patio interior, donde crecen los helechos. Un montón de piedras caídas anuncia que la casa del poeta romántico es una ruina completa.

El número 15 de la Calle Ribadeo o Calle del Agua, de las dos formas se llama, el hogar donde un 15 de julio de 1815, el mismo día en que Napoleón mordía el polvo en la batalla de Waterloo, nacía Enrique Gil -así firmaba sus escritos el autor de El Señor de Bembibre y así reivindican su nombre ahora- solo es una fachada. Una cáscara hueca, propiedad privada, que nadie se atreve a comprar.

Y doscientos cinco años después de que allí viniera al mundo el poeta, el novelista, el crítico teatral, el viajero, el diplomático que cruzó media Europa para morir en Berlín, podemos discutir si era más rubio o más moreno; podemos especular con su imagen y preguntarnos si el retrato que ha llegado a nuestros días es un invento inverosímil de un pintor aficionado o algo tuvo que ver el daguerrotipo que el escritor se tomó antes de emprender su último viaje; aventurar que la tuberculosis le dejó demacrado, y no olvidar que solo tenía 30 años cuando murió; podemos afirmar sin temor a equivocarnos que Enrique Gil era homosexual y su verdadero amor fue Guillermo Baylina y no su hermana Juana. O podemos decir lo contrario, porque nadie ha aportado nada nuevo que nos permita pasar de la teoría al hallazgo.

Pero lo que resulta indiscutible, y solo hace falta acercar un ojo al resquicio de una puerta, es que la casa natal de Enrique Gil y Carrasco, nuestro arquetipo de escritor romántico, es una ruina. Una fachada vacía. Y cualquier día se la va a llevar nuestra propia decadencia.

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