Diario de León

La nobleza del vapor

CUARTO CRECIENTE | "Va siendo hora de que hierros tan venerables reciban el trato que merecen. No tanto, si quieren, por los nombres de alto copete que les pusieron, sino por los maquinistas, los fogoneros, los mineros también, y por todos los que se subieron alguna vez a sus vagones de pasajeros"

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La número uno recibió el nombre del ministro de Fomento, Francisco Cambó. No en vano era el hombre que había impulsado el ferrocarril minero desde el Gobierno.

A la número dos la llamaron Conde de los Gaitanes, en honor del presidente del Consejo de Administración de la recién creada Minero Siderúrgica de Ponferrada, José Luis de Ussía y Cubas.

La número tres también llevó impronta aristocrática. Era la Marqués de Aldama, título de otro Ussía y Cubas, y el vapor que desprendía su caldera no era diferente del que emergía de las chimeneas del resto de las diez locomotoras Baldwin fabricadas en Filadelfia.

De la número cuatro a la número siete, los nombres del resto del Consejo de Administración de la MSP —Ortiz y Muriel, Villabaso, Landaluce y Arana Lupardo— tuvieron el privilegio de bautizar cada uno a una de aquellas señoras de hierro.

Y para las tres que quedaban recurrieron a la geografía; Ponferrada, la número ocho, Wagner, por el coto, la número nueve, y Villablino, en el origen de todo, para la diez.

Estamos en 1919 y las Baldwin con nombre propio llegaban al Bierzo para mover el carbón de Villablino. Con el tiempo vendrían otras máquinas; las Krauss, las Maffei, las Macosa, las Tubize, hasta completar el parque móvil del ferrocarril de vapor de la MSP. Vestigios del pasado que, retiradas por completo en los años ochenta, pronto comenzaron a oxidarse en las instalaciones de la empresa en la vieja estación de Ponferrada.

Lo que ocurrió con algunas de ellas después es un relato bonito de contar. Una lonja para resguardarlas, un museo donde conocer su historia, dinero para su restauración, y la 31, una Krauss alemana, de nuevo en funcionamiento para tirar algún día del tren turístico.

Otras, la Cambó, la Conde de los Gaitanes, la Ortiz y Muriel o la Arana Lupardo, conservadas en peor estado, no han tenido la misma suerte. Se pudren en vía muerta desde hace cuarenta años.

Y va siendo hora de que hierros tan venerables reciban el trato que merecen. No tanto, si quieren, por los nombres de alto copete que les pusieron, sino por los maquinistas, los fogoneros, los mineros también, y por todos los que se subieron alguna vez a sus vagones de pasajeros.

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