Diario de León

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La elección del destino de nuestro tiempo es una de las prioridades por las que hay que luchar. En esta sociedad tan interconectada, pensada a priori para una mejor y más rápida organización y distribución de conocimientos, corremos el riesgo de que nuestras vidas no sólo queden al descubierto en las redes sociales, con un exceso de información y pensamientos compartidos, sino que dejemos, casi sin darnos cuenta, que haya personas y entornos laborales que usurpen cada vez más esta divisa de vida, más allá de los compromisos adquiridos. Para definir esta peligrosa estrategia surge un concepto, la ‘cronodelincuencia’, una idea que lleva implícito el ‘delito’ de no respetar el tiempo ajeno. Este pensamiento lo escuché por primera vez en el Instituto del Tiempo Suspendido, cuya sede está en el Musac de León, que pone el foco, entre otras cosas, en el sometimiento forzado a las prisas y a la impaciencia de los demás. En casa, en círculos de amistades y en el trabajo necesitamos el tiempo de los otros y eso nos obliga a ser extremadamente organizados y prudentes con lo que pedimos. Las personas que fían la resolución de sus problemas a la disponibilidad del tiempo de los otros no merecen mi atención. Si en la opción de respuesta no cabe un ‘no’ entramos en una exigencia perversa que difumina la línea roja entre lo privado y lo público, entre el cuidado y el sacrificio y entre la dedicación al trabajo y el tiempo libre. Los ‘cronodelincuentes’ entran en conflicto cuando exigen y piden a los demás más tiempo del que están en su derecho a no ceder. La pandemia nos ha mostrado la vía digital, con la que la que muchos sectores productivos avanzaron en momentos de confinamiento estricto, pero nos ha dejado ‘enganchados’ a una dinámica peligrosa de visibilidad y conexión constante. Einstein dijo: «No todo lo que cuenta puede ser cuantificado, y no todo lo que puede ser cuantificado cuenta». Hay empresas que rechazan el teletrabajo porque desconfían de la implicación de los trabajadores y valoran el presentismo como fuente de diálogo y debate. Pero esta balanza tiene otro cuerpo relevante. Se pide a las plantillas que sean flexibles, pero se necesitan líderes que sepan gestionar equipos en momentos críticos con cuidado y respeto del tiempo, más allá de la dedicación necesaria en acontecimientos puntuales, como han demostrado los trabajadores esenciales en esta pandemia. Nos adentramos en momentos de incertidumbre, arrastrados por otras crisis desde hace 13 años, con plantillas cada vez más envejecidas, una situación que empeorará si se retrasa la edad de jubilación, y habrá pocas perspectivas de empleo para una generación preparada para afrontar el futuro. El éxito vendrá de la gestión de los tiempos, el que da valor a la vida de los demás y el que está vinculado a los plazos de desarrollo empresarial.

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