Diario de León

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Decía el escritor portugués José Saramago que «ni la juventud sabe lo que puede, ni la vejez puede lo que sabe». Esta frase resume a la perfección la dicotomía en la que se desarrollan las sociedades. Una juventud sana siempre intenta abrir nuevas rutas. Y una sociedad que quiera una convivencia saludable no puede olvidar ni arrinconar la experiencia acumulada de los mayores. Cada uno en su medio de vida.

Medio centenar de jóvenes de diferentes países, reunidos por la Asociación Auryn, levantaron la voz en León para que las personas que diseñan el futuro de Europa los escuche. La clásica respuesta de un padre y una madre cuando se le pregunta por el futuro que espera para su criatura es desear que viva en un mundo mejor. En la juventud están todas las respuestas futuras porque ellos heredarán la tierra. Esta generación parece no querer abrirse paso a codazos y apuesta por la solidaridad, la colaboración, el cuidado del medio ambiente, la creatividad, la equidad y la igualdad. Estos valores no son incompatibles con la búsqueda de un futuro profesional lo más próspero posible, pero si la educación y los valores que imperan en nuestra juventud son los del bien común, este planeta tiene cuerda para rato. Ya sé que no se puede meter a todos los jóvenes en el mismo saco, pero me resulta incomprensible que, independientemente de la ideología, la cultura y la formación, estas propuestas no sean las dominantes y defendidas en todas las edades.

Uno de los mejores regalos que nos puede hacer la vida es que en nuestra vejez podamos dirigirnos a nuestro yo más joven para agradecerle todos los pasos dados, incluso los que en un principio parecían equivocados, o los inconfesables. ¡Gracias, chavala! Gracias por ser tú misma, por no cambiar ni dejarte arrastrar por las críticas, por mantenerte firme, por llegar hasta aquí, por haber hecho ejercicio cuando eras joven y no lo necesitabas, siempre pensando en mí, por leer los libros que leíste, por escuchar la música que escuchaste, por vestir la ropa que vestiste, por comer lo que comiste, por apartar de tu vida a tiempo a aquellos que yo pensaba que estaban de mi lado, por elegir ayudar cuando podías haber vuelto la espalda, gracias por no hundirte con las equivocaciones, que golpeaban como una patada con botas de espuelas, por rectificar a tiempo, por seguir... En la vejez, uno de los mayores regalos que nos puede hacer la vida es mirar una foto de hace cuarenta años y agradecernos los pasos dados. Si la juventud que vi en el encuentro organizado por la Asociación Auryn en León representa a una «inmensa mayoría» —que diría Blas de Otero—, no tendrán que reprocharse nada en el futuro en el que se hace recuento de todo lo vivido. ¡Gracias, chavala! por prepararme el camino, se dirán. «Entregue sus flores a quien sepa cuidar de ellas y empiece» (José Saramago).

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