Diario de León

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Un gran árbol de mimosa presidía el patio de la casa de mis padres. Sus preciosas y sencillas bolitas amarillas llegaban hasta las ventanas del primer piso e inundaban con su intenso perfume las estancias de la vivienda. Cada mañana buscaba ese olor como un chute de adrenalina que me recargara las pilas y buscaba que mi primera imagen del día fuera ese magnífico arbusto. Han pasado más de cuarenta años y aún represento en mi cerebro esa figura y ese aroma, a las que recurro en los momentos de estrés. La naturaleza siempre nos da las herramientas necesarias para encontrar el equilibrio de todas las cosas. Cuando imagino cómo serían mis días más tranquilos y felices siempre me veo tumbada debajo de aquel árbol. Entonces siento el peso del compromiso con el medio ambiente para devolver el regalo de ese instante. Resulta paradójico que haya sido un virus el que consiguiera parar la escalada contaminante, al menos durante un tiempo. Un estudio liderado por el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), centro impulsado por la Fundación La Caixa, estima que la mejora de la calidad del aire durante la primera ola de la covid-19 evitó alrededor de 150 muertes prematuras en las principales ciudades españolas. Ese mismo centro de investigación inicia ahora un estudio para evaluar la posible relación de los ingresos hospitalarios y las muertes por covid con la contaminación en Cataluña. España acaba de aprobar su primera Ley Contra el Cambio Climático para dejar de emitir gases efecto invernadero en menos de treinta años. Esta norma significa el fin de los coches diésel y gasolina en 2040 y el impulso a la energía eléctrica de fuentes renovables. Este país inicia una transformación social y económica tan importante que nos cambiará la vida. Coincidiendo con la aprobación de esta Ley, la Comisión Europea publica el Plan de Acción de Contaminación Cero, para mejorar la salud de las personas, el agua, el suelo, los ecosistemas, la gestión de residuos y la calidad del aire, cuyos estándares ajustará a la baja, en la línea con las recomendaciones de la OMS, basados en evidencias científicas. Encarar el futuro es mirar de cerca a la naturaleza. Es el momento de construir ciudades saludables, más amigables, más caminables y más jugables. Ciudades pensadas por y para las personas, con un cambio en la gestión del sistema productivo que modifique definitivamente los comportamientos sociales y personales.

Ahora que la ciencia nos libra poco a poco de las mascarillas por los resultados de la vacuna, y volveremos a respirar sin fronteras, es el momento de exigir a los gobiernos el cumplimiento de las leyes para que no caiga en el olvido esa honda inspiración con olor a infancia y el árbol como símbolo del arraigo con la naturaleza, a la que tanto debemos.

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