Diario de León

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La atención a las personas mayores y las personas con discapacidad es un reto no resuelto aún por las administraciones públicas. Están muy perdidos. Los avances se introducen a cuenta gotas y siempre se producen por la lucha y el trabajo de los colectivos afectados. Los cambios sociales y familiares vividos en los últimos cincuenta años dejan en evidencia que los cuidados de larga duración no formaban parte de la estrategia de desarrollo económico, una visión de futuro que sí era teórica en las agendas políticas pero que apenas han acertado con el modelo más adecuado y los cambios llegan a destiempo y sin mucho acierto. Las personas mayores y discapacitadas siguen sin recibir los cuidados y la atención que necesitan y sus decisiones personales son ignoradas reiteradamente. Las familias pagan una fortuna por unos servicios profesionales que son rígidos, protocolizados y, lo que es aún peor, escaso de personal, lo que pone en peligro no sólo una atención adecuada de los usuarios, sino la salud de los cuidadores. Falta, en todo este entramado de los cuidados, una dirección de orquesta. Que todas las personas vamos a ser mayores y discapacitadas con el paso de los años, en la mejor de las dos opciones posibles, es una realidad que no tiene discusión. La generación ‘baby boomers’ escribe la realidad de la sociedad española que no ha hecho bien los deberes para que la vejez y la discapacidad no sean sinónimo de exclusión y soledad. En este propósito deberíamos estar todos volcados. De ser el motor económico de un país, una generación de españoles educados en la dictadura, en un modelo tradicional de familia, en el que la mujer asumía el papel prioritario de los cuidados, pasa a engrosar un sector de la sociedad envejecido y con alguna discapacidad. Hay que tener en cuenta que, salvo excepciones, esta generación tampoco fue educada en el autocuidado de la salud, y apenas tomó conciencia de la importancia del ejercicio físico o el riesgo del exceso del consumo de alcohol y del tabaco. Viven más, pero con peor salud. Basta con analizar los datos de listas de espera quirúrgicas, saturación de hospitales y consultas de Atención Primaria para darse cuenta de que la gestión de la vejez y la discapacidad no se ha hecho bien. Ni los médicos quieren trabajar en esas condiciones. Las madres de ahora no son las madres de hace cincuenta años, que cargaban sobre sus espaldas con trabajo y frustraciones. Esa generación llega a una edad que desborda las instituciones y los gestores defiende ahora volver al modelo del cuidado en casa. Esta vuelta al centro de la atención en el hogar necesita, sin embargo, una vigilancia extrema, no se vaya a caer en la tentación de regresar a un sistema ‘familiar’ sin los recursos económicos, técnicos y profesionales suficientes y traslade a las familias un cuidado tan exigente sin el apoyo necesario.

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