Diario de León

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Entre tanto avance digital y tecnológico vuelve el disco de vinilo. Regresa justo en esta rara Navidad en las que todo parece dar una vuelta de surco. Veo una colección de promesas de luces colocadas en las calles, un despliegue que anticipa el consumo en unos días que se avecinan complicados. Suben la luz, la gasolina y el diésel, el parón global de suministros trae de cabeza a los Reyes Magos, que andan desesperados para adquirir con antelación los juguetes más solicitados por los más pequeños de la casa ante la anunciada falta de estocaje. Hace años, las familias más precavidas escribían la carta a sus majestades meses antes para ahorrarse unos euros en la factura final de la efímera felicidad infantil. Sólo las familias con más recursos pueden comprar con antelación sin necesidad de hacer muchos cálculos. Siempre he pensado que las rebajas son para los ricos. Las personas que viven al día, las que tienen que hacer muchos números para cubrir cada mes los pagos de primera necesidad poco pueden gastar en compras anticipadas.

No recuerdo haber pedido nunca nada a los Reyes Magos, pero seguro que alguna preferencia le trasladaría a mi madre. Siempre esperaba esa noche como algo misterioso, de gran sorpresa. Incluso cuando descubrí sobre los armarios el preciado y esperado tesoro no me atreví a decirle a mi madre que el misterio estaba al descubierto, no quise quitarle esa ilusión. En realidad la magia de los Reyes Magos dura poco, apenas tres o cuatro Navidades, pero la recordemos como algo duradero en la infancia y la hacemos extensible a toda nuestra existencia. Yo espero cada año la sorpresa de esa noche mágica. Ahora que vuelve el disco de vinilo recuerdo mis Navidades de tocadiscos, música y baile en el salón de mi casa (la casa de mis padres siempre será mi casa), la limpieza previa casi con veneración de la superficie, con un paño suave y un poco de alcohol y agua, en círculos y con el disco casi levitando entre las manos, para no tocarlo y evitar que se rayara.

Recuerdo el ruido de la aguja sobre el surco antes de que la música comenzara, las fundas sobre la mesa y la rabia y la frustración si, pese a los cuidados, el disco se estropeaba. Mis padres y mi hermano, mayor que yo, hacían la selección de las compras al Círculo de Lectores, ese gran club de lectura que llenó a plazos las estanterías de mi casa de libros y música. Conservo auténticas joyas (sobre todo sentimentales) de esa época. Y aunque sé que la esencia de aquellas Navidades no volverá, confío en que ni el parón global de suministros ni la subida de la luz ni la huelga de ningún sector por esta economía convulsa que nos amenaza me impidan este año escuchar en familia mi colección de vinilos. No necesito más fastos. Temo al virus. Ese sí nos puede amargar de nuevo las fiestas.

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