Diario de León
Publicado por
Vanesa Mures Jáñez
León

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Señores, "esto es lo que hay" Pobreza, hambre, desigualdad, pena, dolor o impotencia. Estos son algunos calificativos de las huellas que la actual crisis económica está dejando a su paso. España alberga ya a más de cuatro millones de parados. Cuatro millones de personas que lo único que poseen es un nombre y unos apellidos. Cuatro millones de gente sin trabajo que para el Gobierno son sólo un número un número compuesto por muchas cifras, pero un número al fin y al cabo. La crisis pisa fuerte en España, arrastra sombras de temor y desconfianza destroza vidas y echa a perder todo aquello que se le antoja endeble y pequeño al tiempo que venera lo robusto y colosal. Cientos y cientos de personas no sueñan por la noche pues no tienen un lecho donde dormir. Miles de personas no desayunan, ni comen, ni cenan pues no disponen de comida para alimentarse. Millones de personas no tienen un hombro sobre el que derramar el agridulce sabor de sus lágrimas colmadas de miedo y desesperación pues se encuentran solas en medio de una vida desértica, ávida de afecto y cariño, abandonadas por aquellos que algún remoto día las quisieron no se sabe bien por qué. Ardua tarea es la de pasear por las céntricas calles de Madrid sin toparse con demacrados mendigos de rostros marchitos tirados en medio de las aceras más transitadas por los viandantes. Es complejo evitar mirarlos y que algo en tu interior no te provoque una cierta angustia pero, tras meditar largo rato, siento que no puedo hacer nada pues, señores, "esto es lo que hay". Una sola persona no puede darle la vuelta al mundo ni hacer que, por arte de magia, el actual Gobierno deje de gestionar a nuestro país de esta manera tan torpe e insensata. Niños, jóvenes y mayores habitan en la calle suelo de todos y de nadie, casa en la que se asientan hombres, animales, insectos y plantas… La calle morada poblada de mundanales vagabundos que albergan la esperanza de que al fin no amanezca otro melancólico y oscuro día, amenazado por truenos y relámpagos… La calle albergue en el que habitan los peregrinos del vasto mundo que aguardan ansiosos el florecer de la primavera eterna que nunca llega. Albergue de esos peregrinos que otean el horizonte buscando el Sol que nunca nace y que nunca perece. La calle cobijo de transeúntes que suplican piedad, mas lo único que reciben es la indiferencia de los que van y vienen a su lado pero, al tiempo, miembros de otro orbe. Éstos son los callejeros, los que tan solo reciben el olvido de aquellos que nunca los han recordado el olvido de aquellos que ni siquiera se han dignado a mirar su semblante pálido y agotado. Éstos son los que receptan el desprecio y la arrogancia de aquellos que parecen formar parte de otro planeta. Los que no reciben nada… Ni una sola mirada… Éstos son los pordioseros. Y la vida pasa atemorizada sobre sus rotos y mugrientos cartones la vida pasa, agotada y hambrienta, sobre sus cabezas abatidas, por delante de sus melancólicas miradas. La vida pasa aunque, a su parecer, permanezca estancada. Y es la misma vida la que se ocupa de poner fin a la existencia de todo aquel que subsiste a duras penas… Ella misma se encarga de deshacerse de la miseria y la enfermedad. Y la pobreza se reproduce y se multiplica al tiempo que los que la sufren escuchan cómo los más pudientes, descendientes de esa tierra de todos y de nadie, pronuncian palabras que retumban en sus oídos y se clavan en lo más profundo de sus almas. Palabras que hieren y desesperan, palabras que se las lleva el viento porque, en definitiva, las palabras son sólo palabras. Palabras pronunciadas por aquellos necios que no ven más allá de sus narices, ya que puede que algún día sean ellos quienes pasen al otro lado al lado de los que nada tienen. No llegan a pensar que quizá algún día sean ellos los sin techo los dueños del asfalto de nadie. Vanesa Mures Jáñez 3º de Periodismo

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