Diario de León

Quisiera protección antes del funeral

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León

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La humanidad sigue en su afán por convivir en un marco de justicia social. A esto se emplea mucho esfuerzo, sustanciales medios. También en nuestro país, teóricamente embarcado en el progreso. De hecho, orgullosos debemos estar de que así es. Sin embargo, aun nos queda un largo trecho por recorrer, porque quienes tenemos las condiciones adecuadas para ser PERSONAS dentro de este mundo, somos también quienes encontramos las puertas abiertas. El desfavorecido sigue a la sombra. Es muy duro decirlo, somos una pradera verde donde las malas hierbas, tengan pinchos o no, estropean al conjunto. Esta historia podría referirse a muchos ámbitos, para mí tiene uno concreto. Cada día existen miles de agresiones, cientos de denuncias por maltrato. Y lo peor, millones de palabras cuyo único propósito es enterrar a un humano. Ciertamente, en España están de moda la acepción de PUTA y otros vocablos para desginar a una mujer a quien se quiere matar. Primero se mata su vida, luego su vida. La pasada semana, en nuestra región se dio un caso, uno de tantos. Hombres -también mujeres-, que sienten el poder sobre otra persona. La culpan, la acosan, la menosprecian, la violan -física y mentalmente-, la torturan, la persiguen, la matan. Los maltratadores pueden tener muchas causas para estar su situación actual, resolver su conflicto interno es complicado, acaso imposible. Por el contrario, no podemos permitir que el conflicto externo, social, también sea imposible. No podemos asumir como una realidad aceptable que personas vivan encerradas, atemorizadas, porque sus vidas son un estado de guerra. Digo esto desde una vida en la cual su progenitor paterno concluyó su desequilibrio en el maltrato. Una madre agotada de vivir. Y una hermana sufriendo, una joven que no es capaz de hallarse. Los tres lo tuvieron todo. Los tres lo han perdido todo. El primero continua con libertad fiscal y física, pero está atado por una patología que el sistema no es capaz de resolver. La segunda encuentra el desamparo del Estado, de nosotros, incapaz de devolverle parte de la vida que le ha sido arrebatada, incapaces de proteger lo que aun le queda, el corazón latiendo. Por último, la tercera persona, afectada por un transtorno al que tampoco el Estado, nosotros, somos capaces de poner remedio. Los derechos de todos se quiebra, retornamos a un estado de autonomía. El Juzgado de León no ejecuta al tiempo, ni al modo, las sentencias para salvarguardar, primero, la integridad física de mi madre, segundo, los mínimos de derechos. El Servicio de Urgencias de Hospital de León niega la exploración a una paciente, mi hermana, con un historial que acredita su complicado estado. La realidad pueden ser muchas. A mí, el mismo Estado me proporciona más de lo que puedo merecer. Pero no soy yo quien más lo necesita. Simplemente, para mi familia, como para tantas otras personas en situaciones extremas, quisiera protección antes de acudir a los cementerios. Antes de llorar delante de la énesima portada de periódico, esa que recordara como un simple número, el número de vidas arrebatadas. Si el texto es recibido por su interés y es publicado agradecería que se mantuviese discreta mi identidad, no quiero que sirva de compasión por ni para nadie, quizás sería adecuado poner solo las iniciales.

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