El derecho a reflexionar

Pertenezco a esa generación que, según se dice ahora, no ha tenido derecho a decidir. A pesar de sentirme ideológicamente lejano a la monarquía me sorprende la rapidez con que este axioma está prosperando entre algunos de mis coetáneos, olvidando que hemos podido votar y decidir todo lo que a nuestros padres se les había negado con nuestra edad. También observo como se tiende a entremezclar confusamente el concepto de democracia con el de república y monarquía; como se mitifica la España del 36 considerando la actual democracia inferior a ella, incluso calificándola como mero trasunto del aborrecible régimen franquista; como se fían, en definitiva, todas las ilusiones y frustraciones a la bandera tricolor (esteladas, en otros lares), esperando que al izarla en los edificios oficiales se solucionen de golpe todos nuestros problemas. A pesar de todos los defectos de nuestra democracia, no hay que obviar que la expresión de estas legítimas aspiraciones es posible gracias al marco de libertad establecido y votado por nuestros padres, rara excepción en la historia de un país cuya sociedad, tan heterogénea en pensamiento y sentimiento como cualquier otra, no tiene otro camino que seguir buscando ese punto de encuentro en el que cada uno cede un poco a fin de que todos ganemos.