Diario de León

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Resultará curioso ver cómo se cuenta en el futuro, si es que llegamos, la pandemia que estamos sufriendo. Los historiadores recordarán la cifra espeluznante de muertos, la angustia de los confinamientos que nos mantuvo prisioneros, los perjuicios económicos y el drama de las familias que se quedaron sin medios para vivir. Pero tal vez no repararán en la parte más esperpéntica — y penosa— con que fue manejada desde los poderes públicos una situación tan insólita como inesperada. Una generación política sin experiencia en la gestión, ni visión de su responsabilidad social, reaccionó sembrando la confusión sobre cuestiones tan elementales como la conveniencia de llevar mascarillas o en el manejo de las estadísticas del número de muertos. La capacidad de improvisación ante las emergencias fue un modelo de incompetencia. La imagen de los allegados de las víctimas en las colas de los tanatorios sin poder despedirse de sus deudos tardará décadas en olvidarse.

Pero si penoso fue el funcionamiento de las medidas de emergencia, más lo fue asistir a los enfrentamientos de interés electoral de los partidos y sus líderes eludiendo cualquier gesto de unidad, ridiculizando las decisiones del Gobierno —que acertadas o no— estaban impuestas por la urgencia y sembrando permanente desconfianza entre los ciudadanos cuando más se hacía sentir la necesidad de aportaciones positivas y reservar las críticas para su momento.

La trasparencia en torno a la situación fue deficiente: las contradicciones y misterios que impregnaban la información, olvidaban que era algo que importaba a todos. ¿Por qué ese miedo a decir la verdad sin ambages? La gente reacciona de forma positiva ante la verdad; lo que genera su desconfianza son los indicios de que se oculta, se disfraza o se la está engañando.

Sabemos que el Gobierno siempre capitaliza las críticas, pero en este caso, que todavía estamos sufriendo, no es la única institución que se la ha ganado. Nadie perece libre de esta acusación. El poder legislativo, el Congreso para mayor precisión, lejos de contribuir de manera constructiva a encontrar paliativos y soluciones se pasaron la legislatura debatiendo sus minucias y dando una imagen pésima de la institución que nos representa y de quienes la integran. Más allá de algunas leyes modernas, la legislatura no quedará en el recuerdo como un modelo de parlamentarismo solvente. Ni siquiera el poder judicial ha salido indemne de la confusión general en torno a la cual discurrió la pandemia. La sentencia del Constitucional anulando la principal disposición para frenar la expansión tendrá bases jurídicas firmes, pero choca en la opinión pública con los contagios y la muerte pisando los talones. Lo mismo que las diferencias de criterio que los tribunales autonómicos ante las propuestas de actuación de los responsables políticos. Ni la Constitución ni los códigos penal y civil parecen tan complejos.

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