Diario de León

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Decía Baroja que cuando la realidad es increíble en demasía no sirve para ser transformada en ficción. En un colegio de Virginia, en Estados Unidos, un niño de seis años ha disparado —«y no de forma accidental»— a su profesora, quien mientras escribo esto permanece gravemente herida. Lo primero que pensé al leerlo es que se trataba de una broma residual del día de los inocentes, o una noticia falsa colada en los medios por hackers. Pero la publicaban tres periódicos nacionales de referencia. Es cierta, aunque realmente lo que quisiéramos es que se hubiera tratado de una macabra inocentada o de un perverso bulo. ¿Cómo escribo una columna sobre un niño de 6 años que ha disparado contra su profesora? No sé hacerlo. A esa edad uno ni siquiera disparaba con el dedo. Para proteger al menor, no se han aportado datos ni imágenes sobre él. Ya he escrito antes sobre muchas monstruosidades, pero no estoy preparado para escribir sobre una así, y en ningún registro que conozca. ¿Qué puede opinarse? No por ser cierta deja de ser increíble. En consecuencia, solo queda espantarse y rezar, por la vida de la profesora y por la que le espera al niño. La civilización entera ha resultado herida por ese disparo. Atenta contra todo lo que cabía esperar, incluso desde el mayor de los pesimismos. No hay límite al horror, que además tiende a lo mimético. ¿Dónde los niños podrán estar seguros?, ¿con quién un docente puede estarlo? Y sí, la noticia me resulta tan trágica que no me importaría haber sido engañado. Pero no es sádica patraña, inventada por una mente enfermiza. Un niño de 6 años dispara a su profesora. A esa edad los niños creen que sus padres los protegen de todo. ¿Le resta gravedad que fuese un accidente? Extraña inocencia.

¿De dónde sacó el arma y por qué supo dispararla? Las preguntas nos llevan a otras, pero la primera y la última ha de ser ¿en qué horror hemos convertido el planeta, si nacimos para amar y ser amados?

Ojalá la noticia fuese falsa, pero no lo es. No sé escribir acerca de un niño de seis años que dispara a su profesora. Por Dios, a esa edad uno creía que el mundo era un lugar grato en el que crecer. No era del todo cierto, lo admito, pero al menos fue infancia mientras duró.

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