Diario de León

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Las primeras fotografías de cómo está quedando el Hostal de San Marcos han provocado cierto iracundo rechazo en las redes: «espantoso», «horrible», «de juzgado de guardia», «canallada», «atentado»… Rayos y truenos de improperios. A mí, a través de las imágenes reproducidas, me parece obra algo fría, en la línea de una estética actual. Hasta ahí llego. De momento, no adelanto más juicios críticos. La arquitectura es —entre otros cometidos— arte de atmósferas, y para valorarlas hay que adentrarse en ellas y acostumbrarse a las mismas. También durante la construcción de Botines los leoneses se burlaban del aspecto. Y cuando se decidió dejar diáfana la actual plaza de San Marcos no faltaron quienes reclamaban airados los setos. Hoy esta es elogiada por los urbanistas de todo el mundo. Lo que nosotros llamamos Hostal es el producto de un valiente reto realizado en la década de los sesenta del pasado siglo, entonces con criterios de vanguardia. Algunos de los del improperio lo quieren Posada Medieval Don Mendo, ni siquiera que siga siendo plateresco. Pero el vintage no es pasado, sino falsificación del mismo. También la fachada fue concebida de acuerdo a teorías estéticas avanzadas. O sea, de vanguardia. Las reformas han de ser representativas del tiempo en que se hacen, aunque esto no significa que haya un único lenguaje artístico para acometerlas. Debe acertarse, claro. Antes de condenar, esperemos a verla concluida. Sí me choca la reducción de habitaciones.

No tengo confianza ciega, simplemente, respeto la profesionalidad y espero a emitir veredictos, de aplauso o de rechazo. En arquitectura y en interiorismo, el resultado final es suma elementos: un pasillo resuelve, una ventana equilibra, esta textura matiza, aquella proporción contrasta, aquel color espiritualiza. Todo contribuye, hasta el vacío. Pero poner en recepción al doncel Ramolindo no resulta ya razonable.

Entiendo la preocupación y respaldo el debate , pero hay quienes reaccionan como si se les pisase ese callo que no tienen. Buscan su chute diario de rayos y truenos; no por necesidad, sino por aburrimiento. En esto del opinar hay hasta quienes mantienen que su propio nieto pinta mejor que Picasso. Y tampoco es eso.

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