Diario de León

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La verdad no necesita ser empuñada como un látigo, sino reconocida. La ONU ha pedido disculpas sin autojustificaciones «por su horrible error». Ya está retirado el contenido de su web, en el que se decía que Picasso representó en su Guernica «las atrocidades de la República durante la guerra civil española».

Solo cabe felicitar a Javier Alfonso Cendón, secretario provincial del PSOE, por haberlo logrado. Toda verdad suele contener dentro otras, a la manera de las matrioskas, pero para llegar a la última es indispensable partir de la primera. Muchos aspectos de nuestra guerra civil admiten interpretaciones contrapuestas, pero que las haya no significa que la verdad sea relativa, sino que no somos capaces de discernirla. A quienes no podemos preguntarles es a todos aquellos que murieron entre los escombros de la localidad vasca… o entre los de Londres… o en los de Dresde… En noviembre de este año, el Papa rezará en Hirosima y Nagasaki, las ciudades sobre las que se arrojaron sendas bombas atómicas, en agosto de 1945. Hoy sabemos que para curar las viejas heridas de las guerras no basta con el relevo generacional, es necesaria la verdad. Y junto a ella la triada propuesta por don Manuel Azaña: paz, piedad y perdón. Difícil tarea, que exige una épica del amor: al prójimo y a España. Difícil, pero no imposible.

Otra verdad: Ursicino Ruiz, asesinado con 20 años de edad en el campo nazi de Gusen, no procedía del barrio de Carrizal, en Las Palmas, como figuró en la lista publicada el BOE, sino de la localidad leonesa del mismo nombre, en Valderrueda. Corregirlo forma parte de la dignificación de la víctima. Y otra más: cada mujer/madre asesinada por la violencia machista es un Guernica. No todos nuestros horrores pertenecen al pasado. La primera matrioska nos conduce a la última, la única que libera. Las oraciones del Papa en Hirosima y Nagasaki no devolverán vida a las víctimas de las bombas atómicas, pero a muchos nos harán sentir que otro mundo es posible, siquiera durante un rato. Como se repetía el cónsul de «Bajo el volcán», en la antesala de la muerte: «No se puede vivir sin amar… no se puede vivir sin amar…». Gran verdad, que debe hoy seguir siendo proclamada. Una épica del amor.

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