Diario de León

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Distantes en el tiempo y lejanos en la estética, pero siempre apresados por una temática leonesa, que conjuga los paisajes bercianos de su autor con la épica medieval alentada por sus patrocinadores provinciales, ayer viernes se cumplieron ochenta años de la muerte en Buenos Aires de Primitivo Álvarez Armesto (1864-1939), pionero de la pintura contemporánea provincial. Armesto era de Vega de Valcarce y en sus primeros pasos pictóricos en la capital del Burbia arropó el despertar del villafranquino Demetrio Monteserín, doce años más joven.  

A pesar del carácter pionero de Armesto en la representación plástica de lo leonés, hubo que esperar hasta 1997 para que una monografía documental de su paisano Ramón Carnicer nos desvelara la pauta y las expresiones de la dilatada obra pictórica salida de sus pinceles. Armesto fue un pintor modelado por el oficialismo constrictor del cambio de siglo y luego tampoco tuvo arrestos para afrontar nuevos desafíos. Ni siquiera tentó como su amigo Monteserín el campo fértil del modernismo. Armesto se mantuvo siempre más anclado en estéticas decimonónicas, de tinte romántico, que abierto a los nuevos aires pictóricos.  

Después de estudiar dibujo en Amigos del País de León, becado por la Diputación, obtiene el respaldo de la institución provincial para trasladarse pensionado a la Escuela de Pintura, Escultura y Grabado de Madrid. En 1895 y 1897 obtiene sendas medallas en la exposición nacional de Bellas Artes, por sus cuadros Víctimas del mar y Pescadores de sardinas, que adquiere para la colección itinerante el Museo del Prado. Sin embargo, al comprobar que estos reconocimientos tampoco le procuraban nuevos encargos, después de un trienio en la Academia de España en Roma, que aprovecha para satisfacer su ansia de conocimiento de la pintura clásica, allí siempre tan a mano, recala de nuevo en Villafranca, donde participa con Monteserín en 1905 en la profusión de decorados escénicos del teatro Villafranquino que en su mayor parte malbarató la reciente restauración.  

De hecho, apenas el fresco que remata la boca del telón, obra de Monteserín, se salvó de la purga, que también eliminó el sofisticado mecanismo que elevaba el patio de butacas al nivel del escenario para la celebración de fiestas y bailes. Un sistema que en el teatro Calderón de Valladolid instaló el abuelo francés del novelista Miguel Delibes y que su restaurador para el mismo programa de rescate de teatros del ministerio no cometió la torpeza de llevárselo por delante. En 1910, Armesto se traslada a Buenos Aires, donde continúa pintando a cobijo del centro Región Leonesa, que le encarga episodios históricos para el centenario de la independencia, además de retratos con los que paliar su necesidad.

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