Diario de León

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Hace un frío que pela pero no hay viento. Y los gigantes asiáticos exigen más gas, así que los países suministradores se apuntan al mejor postor y se llevan allí sus reservas. Tradicionalmente con producción de sobra, luego exportadores, ahora no nos llega, luego importamos. De Francia, porque España es una isla energética. Pero Francia ya no da para más, y amenaza con consumir todo lo que produce. Resultado: el precio de la electricidad por las nubes, y los dedos cruzados para que no falte el suministro. Solución gubernamental: esperar a que en los próximos años se multiplique la potencia instalada en renovables (y esperar también que haya viento, porque molino parado no mueve industria ni calefacción o aire acondicionado).

He aquí la realidad energética española de la transición justa. El resultado de ponerse el primero de la clase en política medioambiental sin tener bien resuelto el problema del abastecimiento para picos de demanda como el que tiritamos. Lo vamos a pasar regular en las olas de frío y de calor si no se desarrollan estrategias adecuadas. ¿Qué pasaría en este momento si la economía funcionara a pleno pulmón, en lugar de estar de capa caída? A medio gas, nunca mejor dicho.

No hay discusión sobre la urgencia de apostar por una economía verde, y la reducción de emisiones procedentes de los combustibles fósiles es una exigencia medioambiental. Pero desmantelar los sistemas energéticos establecidos sin tener control sobre la producción y el abastecimiento tiene tintes temerarios.

El suministro de gas está siempre en el aire, porque los productores son países y zonas geoestratégicamente convulsas. Al margen de que su precio oscile drásticamente en función de la oferta y la demanda, que eso al fin y al cabo es el mercado, no son tan fiables como cabría desear. Y menos en momentos críticos.

Las energías renovables, el futuro, ni son suficientes ni son gestionables. No puede decidirse que sople el viento ni cuánto, que haya agua suficiente, otras tecnologías no están suficientemente maduras,... Y lo producido no puede almacenarse.

Ahí aparecían las centrales térmicas y el denostado carbón, para asegurar el suministro, gestionar la demanda y regular los precios. Para eso estaban siempre listas, en la base del sistema. ¿Había necesidad de eliminarlas sin tener alternativas viables? ¿No hubiera sido mejor apostar precisamente por la transición, justa o al menos razonable? En fin, ya no hay caso.

+Tuvo el gran valor de ser madre de nueve hijos y ahora, a los 106 años, tiene el de enfrentarse al covid sin miedo al ser vacunada: «Peor fue lo de la guerra y el hambre», afirma.

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