Diario de León
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Contracorriente miguel paz cabanas

El clamor es universal: hay que volcarnos sobre Haití y, si es posible, de forma coordinada y eficiente. Pero, pasado un tiempo, habrá que reflexionar, por enésima vez, sobre ciertas causas: no las bíblicas, de las que reniegan con sofismas teológicos mindundis y Munillas, sino las que atañen a la propia sociedad haitiana. Seré polémico con el riesgo de ser mal interpretado. Todos sabemos que si esa hecatombe se hubiera cebado en Finlandia, las consecuencias hubiesen sido otras. Se me dirá con simpleza que ese es un pueblo desarrollado, sí, pero la cuestión es analizar por qué: ¿o acaso el común de los mortales piensa que las condiciones climáticas y geopolíticas que han tenido que afrontar los finlandeses les han hecho el camino más fácil? ¿Por qué tiene uno que leer de un escritor haitiano exiliado que las ayudas que llegarán a su país acabarán desapareciendo entre una corrupta maraña de autoridades, que incluyen a comisarios, alcaldes y jueces? ¿Por qué un cooperante español declara que los cinco mil reclusos a los que costó Dios y ayuda encarcelar en esa isla, y que ahora vagan a sus anchas por el país, actuan impunemente y se dedican a sembrar el horror a su paso? ¿Pertenece la responsabilidad de todo ese lodo institucional y esas atrocidades sólo a los europeos? ¿El pueblo haitiano, como el argentino (que fue uno de los más prósperos del mundo), o el cubano (cuyo gobierno ha permitido morir de frío en los últimos días a unas docenas de enfermos mentales seniles en un psiquiátrico), sólo es una comparsa sojuzgada que nada puede hacer por cambiar las cosas? ¿Sólo vale su mentalidad de víctimas? Un día la sociedad portuguesa puso en marcha la Revolución de los Claveles, y en Uruguay y Chile han sido capaces de salir de una época de tinieblas. No diré que sea fácil, pero los pueblos no pueden vivir eternamente resignados a la fatalidad.

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