Diario de León
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Irreverencias | CÉSAR CHAMORRO

Durante mi más tierna infancia tenía la impresionant e sensación de que los concejales, alcaldes, diputados, ministros, presidentes de gobierno y demás mandatarios eran seres muy importantes y con capacidades casi sobrenaturales que, desde luego, excedían con creces las del común de los mortales a los que gobernaban. Cuando oía por la radio que Pío Cabanillas Gallas había sido nombrado ministro por sexta vez de su sexto ministerio, sentía una confirmación entre admirativa y confortable de que los gobernantes eran seres con una inteligencia superior.

Con el paso de los años, el quehacer y el curriculum de no pocos de esos cargos públicos que nos gobiernan me presentó una realidad que me despertó de mi plácido ensimismamiento con una descomunal bofetada, creo yo que desproporcionada para que lo que me merecía.

Pero hete aquí que las noticias sobre las reuniones que mantienen nuestros gobernantes vuelven a situarme en la más que razonable duda de que estamos ante seres con capacidades fuera de lo normal. Un buen ejemplo de ello es el pie de foto de un periódico que ilustraba la tan ansiada reunión entre Obama y Zapatero del pasado mes de octubre, en el que se decía que habían tratado la guerra de Afganistán, el programa nuclear iraní, Oriente Medio, Americana Latina y la situación económica mundial (sic), amén de la creación de un foro de inversión y colaboración de empresas españolas y americanas. Perplejo es poco. Teniendo en cuenta que la reunión duró menos de dos horas, que en ella tuvo lugar una comida informal de una hora y cuarto (en la que incluso estos personajes mastican y tragan), que el tiempo de conversación real se reduce por las traducciones, por muy simultáneas que sean; pues explíquemelo usted.

Lo que más perplejo me deja no es la majadería de sus encargados de prensa al decir que los dos mandatarios han tratado de todos esos temas (se supone que para buscar soluciones) sino el pasmoso estoicismo con el que todos los paisanos de a pie digerimos esa noticia sin pestañear o partirnos de risa (o correrlos a gorrazos).

El problema de la inutilidad de esas reuniones es que casi todas lo son (inútiles), que nos cuestan un ojo de nuestra cara, no de la suya, y que seguiremos con infinitos y carísimos encuentros de notables ignorantes en los temas a tratar, bien sea por la presidencia de turno de la UE o porque el concejal cobra la dieta que usted paga. No trabajemos; simplemente, reunámonos todos; aunque sea en la comunidad de vecinos.

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