Diario de León

La sociedad civil toma la delantera

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De siete en siete | rafael monje

La sociedad civil apela insistentemente a la implicación de la sociedad civil para tratar de salir lo antes posible de la crisis, en una búsqueda desesperada de la confianza como paso previo a la recuperación económica y la estabilidad social. Pero, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de sociedad civil? ¿Quiénes forman parte de ella y quiénes no? ¿Qué instrumentos tiene para alcanzar esos objetivos? La cuestión no es sencilla, pero, más allá de eufemismos, viene a ser sencillamene la reivindicación de un liderazgo que ahora ejercen de manera anémica los responsables políticos. Se trata, por tanto, de tomar la iniciativa y de asumir responsabilidades sin esperar a que la Administración y los partidos políticos nos lo den todo hecho o, peor aún, nos contagien esa especie de innación de la que, precisamente, tanto se lamenta la llamada sociedad civil y que se refleja en la desconfianza que arrojan las últimas encuestas. Es cierto que las comunidades autónomas que presentan una sociedad civil punjante se encuentran en mejor posición para hacer frente a la recesión. Y lo mismo sucede en aquellos países con una consolidada clase media y un fuerte tejido empresarial, lo que permite colegir que el fortalecimiento de la sociedad civil y su protagonismo activo son inexcusables para ver la luz al final del túnel y abordar con garantías el final de la contracción. Agentes sociales y económicos, emprendedores, educadores, empresarios, profesionales de todos los sectores, jóvenes y, en suma, todos los ciudadanos estarían llamados a formar parte de ese gran frente que tomaría así la delantera a los políticos, dando lecciones a sus legítimos representantes en las instituciones. Y así es, porque la sociedad civil mira últimamente por el retrovisor a los políticos, muchos de ellos con síntomas de agotamiento y sin ideas innovadoras y claras para retomar la senda del crecimiento económico. Se han enzarzado en asuntos identitarios que no creo que importen lo más mínimo a los casi cinco millones de desempleados, persisten en un pulso por desprestigiar la Justicia y plantean estrategias donde los únicos cálculos válidos son los electorales. Por eso, y pese a la que está cayendo, es razonable ese llamamiento a una actitud de valentía por parte de la denominada sociedad civil, en vista de que los políticos no se ponen de acuerdo ni para darse la hora. Lo hemos visto con la descafeinada reunión entre Zapatero y Rajoy, en el malogrado Pacto de Educación o, más de cerca, en el mercadeo en el que algunos quieren convertir las negociaciones para las transferencias de Justicia y la gestión de la cuenca del Duero a Castilla y León. No sé si esta situación de desánimo la arreglaremos entre todos, como preconiza la campaña de las cámaras de comercio, pero de lo que estoy convencido es que sin un Pacto de Estado que afronte las medidas y reformas necesarias no saldremos tan pronto del fango. Mientras unos y otros no cedan en sus ambiciones partidistas, la agenda política pase por cuestiones identitarias y lingüísticas y la satisfacción de unos provenga esencialmente del fracaso de los contrarios mal vamos a despojarnos de ese fantasma en forma de drama griego. Es, por el contrario, el momento de los grandes consensos, de hacer política útil y con altura de miras y no de tirarse los trastos a la cabeza con el único ánimo de desgastar al de enfrente. Por qué no escuchan a la sociedad civil, a la que, por otro lado, representan y se deben.

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